Me dirijo a casa de Francis. Hemos pasado juntos ya tres tardes -dando mates, claro-,pero soy la más feliz del mundo. Estar cerca de él... eso me llena, me da la
vida. Aunque dentro de un par de clases le empezaré a lanzar indirectas....
Recuerdo lo nerviosa que estaba la
primera vez que quedé con él, ¡si los nervios no me hubieran traicionado! Estaba tan nerviosa aquella tarde que se me olvidó por completo que habíamos quedado para las clases de mates. Me hubiera ahorrado un mal rato, pero eso ya no importa. La verdad es que fui un
poco patética, las cosas como son, pero Francis es un poco tonto y no se dio
cuenta. No era yo ese día, estuve bloqueada, primero, por los nervios y
después, por la imagen de nosotros juntos. Estuve cohibida.
Ahora debo centrarme en el hawaiano, Layla lo
necesita después de su última relación, se merece un poco de juego en su vida,
y me encanta esto de hacer de celestina con ella. Esta chica... ¡necesita
espabilar! Y sé que eso lo va a conseguir con el hawaiano. Lo intuyo. Este
chico... es el suyo. Incluso llegaría a más y juraría que perfectamente puede
ser el padres de sus hijos.
Joder, ¿por qué tiene que vivir en la zona de
los chalés? En la otra punta del pueblo... ¡Qué pereza! Con esta calor que
hace, y además, a las cinco de la tarde. ¡Con toda la fresquita! Lo que me va a
hacer pasar este chico... pero merecerá la pena. Todo sea por cazarlo y que sea
el padres de mis hijos.
Me apetece beber agua, algo completamente
normal si tenemos en cuenta que llevo quince minutos andando y a unos treinta
grados, en un ambiente de playa que estás pegajosa y sudorosa con nada.
Por suerte, a menos de quince metros tengo una
fuente de agua potable. Acelero un poco el paso y agacho la cabeza para beber.
¡Oh, dulce líquido que sacia mi sed!, canturreo internamente. Para mi sorpresa,
no está caliente y está fresquita. ¡Lo que daría por meter mi cabeza por
completo! Pero no, debo permanecer guapa para Francis. Incluso me estoy
pintando un poco para él -lo típico, un poco de raya y rímel-.
De repente, siento una leve presión sobre el
pelo. ¡Oh oh! Espero que no sea un jodido pájaro que se me haya hecho caca
encima. Puede ser un resto de comida que me haya lanzado algún mocoso desde un
piso.
Me paso la mano por el pelo con temor de
encontrar la caca, pero al tocar algo viscoso mis ilusiones desaparecen y me da
asco de pensar que lo he tocado. ¡Qué suerte tengo! ¡¡Qué asco!!
Lo peor de esto es que debo de ir así a casa
de Francis. Me niego volver a casa y
echarme agua después de veinte minutos andando y me faltan cinco. Absolutamente
no.
Le doy a la fuente de nuevo con intenciones de
lavarme la mano, y al levantar la vista veo frente a mí un bar, y en mi mente
se escucha el "aaaaaaa" celestial de las películas. Camino hacia allí
sin pensarlo, hasta que llego a la puerta y me fijo en el menú. Demasiado
elegante. Miro hacia arriba y contemplo el nombre del local: Los quesitos. El
bar más caro del pueblo, pero voy con la hora pegada al culo y el bar más cercano
está marcha atrás porque la siguiente calle es de chalés y no hay nada.
Entro resignada. ¿Algo puede salir peor?
-Disculpe, ¿me podría decir donde se encuentra el baño, por favor? –le
pregunto al camarero. Estoy segura de que me va a tocar comprar algo para poder
utilizarlo...
-Lo siento, para utilizarlo debe comprar antes algo -Ni siquiera levanta la
vista. No debe tener más de 25 años. Universitario. Segurísimo.
-Pero...
-Lo siento.
Un buen polvo necesitas, imbécil. Nada más por la forma de tratarme se
nota que está porque no le queda otra opción. ¿Tanto le cuesta ser amable o
poner buena cara si trabaja en un sitio de cara al público?
-Eh... Tengo el pelo lleno de mierda de pájaro, ¿me vas a hacer
comprar algo para poder limpiármelo y no apestar?-lo intento de nuevo, sin
alterarme.
Se gira dirección a la cocina -creo-, sin mirarme ni un solo instante.
-¿A ti nunca te ha cagado un pájaro en el pelo o qué? -No quiero ser
maleducada, pero que no me toque los ovarios.
-Lo siento... – Vuelve a repetir con voz pesada. A modo de protocolo.
-¡Esto es de locos! Dime que es una broma, por favor. –suplico-.
¿Después de cagarme un pájaro tengo que aguantar esto? -Todo el bar me mira.
Vale, quizás me esté pasando un poco, pero es que estamos en los barrios pijos
y aquí por una botella de agua te clavan tres euros y me niego a comprar algo,
que no estamos para derrochar con la crisis.
Ignoración total. ¿Monto un pollo o cedo?
-¡Está bien! Dame algo de bollería -bufo con careto.
Está claro que hoy no es mi día. Se está dirigiendo a una palmera de
chocolate, ¡con la calor que hace! Estoy tentada a montar un nuevo numerito,
pero no quiero que me eche del local y tener que ir hacia atrás en busca de
otro.
-Toma -y me tiende la palmera.
Abro la boca pero la cierro rápidamente. Iba a decirle que si me la podía dar
después de salir del baño, pero la ley de Murphy lo deja muy claro: si algo
puede salir mal, saldrá; y me da miedo que después de haberle dado los dos
euros y medio no me la devuelva o me ridiculice. Tendré que aguantarme.
Creo que el camarero ha interpretado mi gesto como "¿me dices
dónde está el baño?" y me señala hacia el fondo del local.
-A mano derecha.
Sin darle las gracias -como venganza del mal rato-, me
dirijo hacia el servicio, no sin antes llevarme un buen cargamento de
servilletas, y murmuro:
-Dile a tu novia que te eche un polvo, a ver si cambiamos la actitud.
Por suerte, mientras me voy acercando a los baños veo que el local
tiene otra puerta que da a la calle. Mejor, así no tendré que verle más el
careto al subnormal ese.
Entro al baño. Me esperaba mayor cosa. El bar es elegante -un poco-,
pero el baño es cutre a más no poder. El aseo y el baño están juntos, no
individuales y es tan estrecho que llego a tener 5 centímetros más y no puedo
entrar -vale, quizás exagere un poco-.
Dejo la palmera, envuelta en servilletas, en la pila del lavabo y me
miro en el espejo.
-¡Qué pintas! Desde luego así vas a enamorar mucho a Francis –Me digo
a mí misma con tono irónico.
La "sustancia" está ya seca, así que procedo -con mucho asco- a
quitarla con mis manos. No puedo evitar poner muecas de asco y un repelús
recorre mi cuerpo. Después de unos minutos ya no quedaba rastro de nada.
Rápidamente, llevo mis manos al dispensador de jabón, y echo tanto de
éste que se termina derramando un poquito. Instantes después, el agua corre por
mis manos sin dejar rastro de ninguna sustancia.
Voy a salir cuando me acuerdo de la palmera. Echo la vista hacia atrás
y contemplo un puñado de servilletas manchadas de chocolate derretido.
Oh, no. No pienso mancharme de nuevo. Me niego completamente.
Por unos instantes, mi parte malvada se apodera de mí y sugiere dejar
ahí la palmera a modo de venganza. Es una idea muy atractiva, pero mi yo
sensato y razonable me dice que alguien puede haberme reconocido o que aquí
este presente la sobrina del vecino del quinto o la nieta de doña Paquita o
similares, que yo no conozca pero que ellos a mí, sí. Mi única alternativa es
tirarla en la primera papelera que encuentre en la calle. Lástima de dinero
desperdiciado y lástima de oportunidad de joderle al imbécil este.
Envuelvo la palmera en papel higiénico y salgo del servicio. Puedo
comprobar como me mira. Lo peor de todo es que está bueno.
Salgo sin más dilación.
Se sienten voces cercanas, algún crío debe de estar jugando cerca.
Tengo suerte y justo al salir hay un contenedor a la derecha. Esta tiene que
ser la puerta trasera, además de tener el contenedor, no da al paseo marítimo,
sino a una calle secundaria que tiene enfrente palmeras. Es una zona límite del
pueblo.
No es por nada, pero esta calle trasera no me da buenas vibraciones,
prefiero doblar la esquina del bar, atravesar la calle y entrar, de nuevo, en
el paseo.
-Por favor... –suplicaba una voz femenina. ¿Sara?
No tengo ganas de cruzarme con ella. Esperaré a que se vaya para
doblar la esquina. Bastante penosa llevo ya la tarde, lo malo es que deberé de
correr para llegar a tiempo a casa de Francis.
-¡Por favor! ¿Por favor, qué? Estoy cansado de tener que estar siempre
a escondidas, que nadie sepa que estamos juntos. ¡Ni que fuéramos críos de 13
años que se tienen que esconder de sus padres!
-Pero...
Espera, ¿Sara tiene novio formal?
-Pero, ¿qué? ¡Estoy harto! ¿Qué te crees, que soy tonto? Sé perfectamente que
prefieres el anonimato para seguir acostándote con todo el que te tire. Y estoy
cansado de escuchar ese tipo de comentarios. ¡Harto!
-Yo... te quiero.
Río internamente. ¿Sara... queriendo a alguien? Debe de estar
pasándolo mal, pero le viene bien que un chico no haya caído bajo su embrujo de
dinero y le diga las cosas a la cara. Pobre chico... Debe de estar pillado por
ella hasta las trancas.
Es conocido por todos -bueno, la gente joven-, que Sara es de rollos
de una noche, o sea, aquí te pillo aquí te mato, pero para que sus padres no
sospechen nada siempre pilla a algún pringado y lo hace pasar por su novio,
para mantener el papel de santa y no le quiten su paga semanal de doscientos
euros. Aunque parece que con este no ha tenido tanta suerte y la ha
desenmascarado rápido.
-¿Qué me quieres? No te quieres ni a ti misma, Sara -dice resignado.
Se le nota que está cansado y le puede la situación.
-¡Lo juro! Lo que siento por ti no lo he sentido por nadie. ¡Ven esta
noche a la fiesta que organizan mis padres! Te presentaré oficialmente, quiero
que veas que voy en serio contigo. Por favor...
-Más te vale, Sara. Estoy cansado, para estar así dejamos esto y
pasamos a ser un simple rollo de una noche y fin. Tienes que ser responsable si
quieres tener una relación seria, si de verdad te importa tu pareja, si yo te
importo… Y ahora me tengo que ir, tengo que ir a casa de mi primo.
-Está noche cambiara todo, ya veras...
¡Venga, hombre! Ya que empezaba a caerme bien el chico este, ¡y acepta
la invitación!
Me pica la curiosidad, ¿quién será el chico que le ha "robado"
el corazón a Sara? Me asomo muy poco -no quiero que me descubran, y menos
Sara-, y puedo contemplar como Sara está dándome la espalda y un bañador
hawaiano azul dobla la esquina para entrar al paseo marítimo.
Sara se mueve, y me escondo rápidamente detrás del contenedor. Puedo
observar sin ser vista -gran ventaja-. Sara está en la calle trasera y por unos
minutos se queda ahí parada, se pasa la mano por la cara -deduzco que para
secarse las lágrimas, ya que al tenerla dándome la espalda no puedo verla bien-,
y entra al local.
Cuento hasta cinco mentalmente. Cinco... Cuatro... Tres... Dos...
Uno... Corro como nunca hasta llegar al paseo y estar al menos a veinte metros
o más del local, en parte por no ver a Sara y en parte por no llegar tarde.
Llego a casa a Francis exhausta. Antes de tocar al portero intento que
mis pulsaciones bajen un poco y que mi respiración sea normal. También espero
porque estoy colorada -aunque no me vea, es algo obvio si tenemos en cuenta la
temperatura y la hora-, y no quiero que Francis me vea así.
Son las cinco y tres, por unos minutos que pierda no pasa nada. Me apoyo
en la pared y respiro tranquila. El sol me da de frente y tengo que cerrar los
ojos. En otra situación incluso me agradaría, pero ahora me jode bastante.
Quiero enfriarme un poco, no calentarme. El maldito día de mala suerte parece
no terminar nunca, ¡vaya mierda! Solo espero que la clase con Francis vaya
bien, ¡ya sería el colmo!
Voy a tocarle al portero y espero la voz del criado con su habitual:
"¿Señorita Lucía?". Francis dio el aviso de que iría todos los días a
las cinco.
Me extraña que no me hayan abierto ya, ni que nadie haya respondido a
mi llamada. El día de mierda continua y ahora resulta que Francis no está. Me
podía haber avisado, ¿no?
Una mano con una llave se antepone a mí e intenta abrir. Si fuese
Francis, me habría saludado antes y esas manos son de tío. Sin pensarlo, mi
giro para ver quién es.
Me encuentro con un morenito que ya había visto anteriormente: el
hawaiano.
Espero a que él salude. Entra al patio y hace ademán de cerrar la
puerta. En un impulso, pongo mi pie para impedir que la cierre ante mis
narices. ¿De qué va el subnormal? Aunque antes de que la cancela de tope con mi
pie, para, me mira y sonríe.
-Anda, pasa -y me abre la cancela.
Le pongo mala cara y paso sin mirarle. A mí que no me haga estas
estupideces.
Justo en el momento que estoy pasando por la piscina, él me acelera y
me fijo en su bañador hawaiano azul. Espera. Me paro en seco. No. No puede ser.
No. ¿Él... novio de Sara?
Tengo a Francis a pocos metros de mí. Por mi estado de shock no me he
dado cuenta de que ha salido a recibirme y lo tengo dirigiéndose hacia aquí.
-Hola, perdona que no te abriera la puerta -se disculpa-, Juan no está
hoy y se me había olvidado que...
Sólo he escuchado la primera parte, ya que mi cerebro no se lo cree
aún. ¿El hawaiano y Sara? Pobre Layla... ¡a quién le ha puesto el ojo! ¿El
hawaiano no se da cuenta de qué perra se ha echado por novia? No lo conozco
mucho, pero parecía el ideal para Layla.
- ...ya vi que entraste con Gabriel. ¿Qué te ha pasado para llegar un
poco más tarde? -continua.
- ¿Gabriel? -pregunto.
-Sí, mi primo.
- Ahh... - ¡Ay, Gabriel!, me lamento.
Observo a Francis como me mira, esperando algo. ¡Ostias!
-Pues... es que he tenido un problemilla. Un día de mala suerte.
Aunque no te preocupes, he tenido días peores...
-Vale, ¿quieres algo? -No lo veo muy convencido.
-¡Sí, por favor! Un vaso de agua.
-Voy a pedirlo. Siéntate.
Camino hacia la mesa pensando en la escena de Sara y el hawaiano
-perdón, Gabriel-, y es que no puedo creérmelo. ¿Cómo voy a hacer para decírselo
a Layla? Cierto es que ella no está muy ilusionada y es realista, pero algo así
jode mucho. Y la escena de la puerta, juraría que ha sido tonteo por su parte.
¡Ay, Dios! Un día de mala suerte...
-Ahora lo traen -Francis está sentado a mi lado.
-Vale, muchas gracias -Normalmente nunca habría aceptado ni una gota
de agua porque Francis no me quiere cobrar nada y bastante molesto ya si encima
tengo que gorronear... Sin embargo, hoy lo necesito, por la carrera, la calor y
lo de Gabriel.
-Comencemos por donde lo dejamos ayer, ¿vale?
-Sí, vale -En estos
días habíamos dado un poco el temario de cuarto de la ESO, pero sólo aquellos temas
que tienen relación con el bachiller. Por ejemplo, el tema de las propiedades
de las potencias, cómo quitar raíces, fracciones... Hoy ya tocaba álgebra, o
sea, ecuaciones y sistemas.
-Se suelen coger como incógnitas la letra x e y, al igual que la a y la b.
Para resolver ecuaciones se despeja. Las ecuaciones se dividen en dos miembros,
separados por el signo igual -Mientras explica todo esto, escribe una ecuación sencilla, x+2=5, y le señala los miembros-. Para despejar, hay que dejar la incógnita, es decir,
la letra, sola en un miembro. Y eso se hace pasando el número que la acompaña
al otro miembro, pasándolo con la operación contraria, es decir, de la suma lo
contrario es la resta, y de la multiplicación lo es la división, y viceversa.
¿Sabrías hacerla?
Le quito el lápiz y despejo la x, quedando la ecuación en x=5-2=3
-Que sacará unos y dos en los exámenes, no quiere decir que me tengas que
enseñar todo como si jamás hubiese visto una ecuación. Creo que las cosas básicas las sé. -Intento decir esto de forma
amable aunque un poco burlona porque él me está explicando esto como si no supiera de la existencia de las ecuaciones. La verdad era que
en estos días no habían avanzado mucho, pero era porque yo preguntaba mucho para poder escuchar su voz, así que me dije a mí misma que eso debía de acabar ya, que quedaba un mes
de verano y debía de aprovecharlo, ya que se le daba esa oportunidad.
-Vale, ¿qué sabes de álgebra?
-Pues... hacer ecuaciones de primer grado, sistema de ecuaciones con dos
incógnitas, y creo que ya está.
-Vale... Pues hoy daremos entonces ecuaciones de segundo grado y más, y el
método de Gauss. Pero antes, hazme estos sistemas de ecuaciones y repasamos,
por los tres métodos, ¿eh?
-Sí, profe-digo a lo "alumno cansino".
En ese momento llega una mujer muy atractiva y elegante con una bandeja que contiene una jarra de limonada y dos vasos. No tiene mucha pinta de criada, la verdad.
-¡Hola, chicos!
-Hola, mamá.
¿Mamá?
-Hola, señora.
-Por favor, llámame Alba -Sonríe.
-De acuerdo... Alba.
¿Desde cuándo soy yo vergonzosa? No soy capaz
ni de hablar. Dios, quiero desaparecer de aquí. Vergüenza en aumento... SOS.
Help. Ayuda.
-¿Cómo lleváis la tarde? -Pone la bandeja en la mesa mientras nos sirve el refresco.
Me siento muy mal, no quiero que ella me sirva a mí. Es una mujer elegante,
con clase. No entiendo por qué no es la sirvienta la que debe de estar aquí. La
señora Alba coge mi vaso.
-No, no. Por favor. Déjeme a mí. No tiene
porqué hacerlo usted -Intento quitarle el vaso.
Si mi madre me viera así de educada no se lo
creería ni estando aquí presente.
-No te preocupes, no se me van a caer los
anillos -y aparta el vaso de mí. Acabo rindiéndome.
-Gracias...
Mira a Francis. ¿Por qué?
-¡Ahh! Bien, mejor de lo que
pensaba, resulta que Lucía sabe más de lo que esperaba.
Ríe dulcemente. El cabello largo cae hacia un
lado y se reincorpora pasándome mi vaso.
-Bueno, espero que sirva de algo, ya que tienes a mi niño todas las tardes
ocupadas. Espero que sea buena influencia para ti y tú para él, ¿eh? -Me regala un guiño. ¿Qué
quiere decir eso? ¿Se habrá dado cuenta de algo?
Mentalmente me ordeno a poner cara de póker.
Me parezco más a Layla que a mí. ¡Joder con los nervios! Debo parecer
simpática, si su madre me ha dado un guiño por algo será.
-Sí, sí... su hijo enseña muy bien las matemáticas.
-Espero que te sirva. Bueno, no os entretengo más, estudiar mucho. Adiós, y
encantada Lucía.
-Igualmente, señ... Alba.
Se acerca a mí y me levanto de la silla. Me da
un beso en cada mejilla y se vuelve a la casa.
Me siento de nuevo y entre Francis y yo se
mantiene un silencio hasta que su madre desaparece.
-Tú madre es... muy guapa -logro decir. Es una mujer enigmática.
Vestía un vestido veraniego de flores turquesas y blancas y el cabello marrón
chocolate suelto.
No sé porqué, pero en presencia de Alba me he
sentido como niña de 15 años, quizás por los nervios o porque, en cierto modo,
me ha recordado aquellos tiempos en los que yo invitaba a mis amigos en mi
casa... Echo de menos aquella época.
-Sí... -suspira.
-Qué guay… Me encantaría de mayor tener su estilo y
elegancia -Espera, ¿acabo de decir yo eso? ¿Yo, que soy una fanática de los pearcings?
Antes de empezar la clase quiero hablar un
poco de el hawaiano y saber de su vida. Por Layla.
Francis está apuntándome algunos sistemas para
que los haga y aprovecho el momento:
-Oye... -llamo su atención.
-¿Sí?
-¿Por qué tú primo lleva siempre un bañador?
Al menos, las veces que lo he visto yo.
-Creo que sus abuelos maternos eran de Hawaii
y él pasaba los veranos con ellos. De ahí su afición a los bañadores hawaianos.
Emm... ¿Perdón? Me quedo mirando a Francis a
ver si se da cuenta de su error pero ni siquiera a levantado la vista del
folio. A este chico las matemáticas le encanta. Al menos ya sé el porqué del
bañador hawaiano y me alegra saber que mi mote no le viene tan mal, al fin y al
cabo.
-¿Y... -Hago una pequeña pausa para que me
mire, pero no consigo nada- ...va a pasar aquí todo el verano?
-Creo que sí.
Me rindo. Este niño es imposible, joder. Si
sólo tuviera la certeza de que yo a él le gusto, ahora mismo le apartaría los folios,
le obligaría a mirarme y lo besaría como nunca antes nadie ha hecho. Sin
embargo, todo es un "condicional". Tendré que conformarme con las
clases... De momento.
El que algo quiere, algo le cuesta. De ese
tipo de personas soy yo. Nunca me rindo, y si quiero algo, lucho hasta
conseguirlo.
-Toma, hazme los sistemas -Me entrega la hoja:
"3x-6y=6.(74y-3x)+8 y (5+7x)/4=2y-6x-3".
Manos a la obra, la clase ha empezado.
Estamos haciendo sustituciones en ecuaciones
de más de segundo grado. Es sencillo, sólo hay que sustituir la x al cuadrado
por z, las difíciles son con logaritmos. Odio esas ecuaciones.
Llevamos más de una hora y Francis no ha
abierto la boca ni una sola vez para nuestros descansos, ni para preguntarme
cómo voy. ¿Qué leches le pasa?
En menos de cinco minutos, ha hecho ademán de
abrir la boca y hablar, pero rápidamente se ha acojonado.
Va una tercera, pero ni le presto atención y
continuo.
-¿Por qué lo has preguntado? -suelta con un
hilo de voz.
-Porque no lo entendía -refiriéndome al
ejercicio anterior-. No todos somos unos cerebritos como tú -suelto
tranquilamente. De broma.
-No... Lo de Gabriel -lo miro extrañada-. Si
se va a quedar -explica.
-Ahh... No sé, curiosidad.
¿Qué le pasa? De buenas a primeras se ha
rayado. Suelta el boli y mira hacia otro lado, donde yo no puedo mantener
contacto visual con él.
-¿Vienes... aquí con la excusa de... verlo?
-su voz se rompe varias veces.
-¿¡Queeeeeeeé!? Ni de coña. Vengo por ti...
porque me das clases -Espera, ¿se piensa que me gusta su primo?- ¿Crees... que
me gusta tu primo?
Silencio.
Los silencios siempre son un sí no formulado a
la pregunta hecha.
-Francis...
Continua el silencio.
-Está con Sara, y al terminar el verano se va.
Vale, con esa frase quedan mis sospechas
confirmadas. Está claro que está tirando de sus "armas" para que me
desilusione. ¿En serio es tan tonto que no se ha dado cuenta?
Me levanto de la silla y me pongo frente a él.
Francis me esquiva y se dirige a la piscina, sin pensármelo le sigo.
Voy a decírselo todo, que es él quien me gusta,
que abra los ojos. Mi genio se está apoderando de mí y no me deja pensar ni
razonar.
-¿¡Pero es qu...
-¿Cuánto te crees que le queda a mi primo aquí? Puede poner la relación
seria, incluso comprometerse, pero en menos de un mes desaparecerá, y...
¡pum! Adiós a todo. No entiendo por qué tanto interés, ¿por qué no me dices la verdad? –Su voz sonaba
desesperada, no me habla
con enfado ni con ira, solo con la voz de alguien a quien le han partido
el corazón, a alguien que se había ilusionado y se había chocado contra la
pared.
Cuando termina de decir aquello -al parecer,
sus únicos argumentos-, deja de darme la espalda y me mira, quedando uno frente
a otro.
-¿Pero… ¡de qué vas!? – Ahora soy la Lucía que todos conocen, la Lucía enfadada, aquella que no se deja
pisotear ni vencer por nadie. ¿Cómo es capaz de dudar de mí? ¿Cómo? ¿Es que no se daba cuenta o qué? A ella le gustaba él, ÉL, . – Perdona, Francis, pero si estás tan ciego
¡es tu culpa! No es mi problema que creas que todos van detrás de tu primo,
y que él es súper mega guapo y cosas así. ¡Él problema es tuyo si no ves
más allá de tus ojos! ¡Tuyo! Es que parece mentira... ¿no has notado
nuestro tonteo por tuenti o qué? ¿Qué tengo que hacer para que te des cuenta?
¿No has visto que me quedo embobada cuando estoy aquí, delante de ti?
¿Tengo que ponerte un cartel que diga “Me gustas, Francis”? –suspiro para intentar calmarme–. Quizás, deberías de dejar tus paranoias mentales a un lado sobre a
quién le gusta quién... y mirar a tu alrededor.
A cada frase terminada, a cada pregunta
formulada, le he ido empujando sobre los hombros. Cada empuje ha sido como una
bofetada para quitarle la venda de los ojos. Se ha quedado al filo de la
piscina, y no me han faltado ganas de empujarlo, pero he respirado y me he ido.