sábado, 14 de diciembre de 2013

Capítulo VII


Francis se queda allí, pasmado, asimilando todo lo que ha pasado en estos últimos minutos, en todo lo que Lucía me ha dicho. ¿De verdad le gusto? No me he dado cuenta de nada... Aunque haciendo un repaso mental de los últimos encuentros y las conversaciones por tuenti, y con lo que ella me acaba de decir, quizás es verdad. ¡He metido la pata, mierda! Doy un paso hacia atrás y caigo en el agua. Puedo sentir como la fuerza de la gravedad me lleva a una superficie y no me deja muchos segundos en el aire. Mi espalda es la primera zona en impactar con el agua. Pica. Mi cabeza se sumerge en ella y no cojo aire, me dejo hundir hasta tocar el suelo. Está fría.
¿Debería salir? Todos los problemas que tengo terminarían en unos minutos: mis padres, la carrera, Lucía... Sólo pensar en ella mi corazón se acelera y, no puedo verme, pero apostaría la calculadora a que tengo las pupilas dilatadas. Abro los ojos y lo veo todo borroso a través del agua. El cloro me pica en los ojos, pero no me importa. Puedo ver el agua y unos rayos de sol que la atraviesan.
Necesito aire, e inconscientemente respiro, hasta que mi cuerpo es consciente de que sólo entra líquido en mis pulmones y no ese compuesto de oxígeno. Noto como el agua entra en mi cuerpo...
Lucía...
Puedo verla a través del agua, en mi cabeza, esperándome en el bordillo para abrazarme y decirme que estará siempre conmigo. Aunque estará haciéndose la dura y al principio no vendrá a mí.
Lucía...
Puedo ver su pelo, no es liso, pero tampoco rizado. Nace liso y termina con las puntas rizadas, como medio tirabuzones. Sus pearcings, ese en su oreja derecha, su colgante negro con forma de corazón...
Siento una presión, creo que me muevo, pero hace ya un tiempo que todo se volvió negro, sólo Lucía rompe esa oscuridad.
Comienza a llover.
¡Qué puta mierda!, ahora es en plan película romántica donde el tiempo acompaña al descontento y soledad de los protagonistas.
Estoy sentada en la arena de la playa, justo donde me encontré con Francis por primera vez: al lado de la palmera que hay a la izquierda de la caseta número cuatro del socorrista.
Es tormenta. Las gotas son gordas y en abundancia, en cuestión de segundos me he puesto chorreando y las pocas personas que estaban aquí, han terminado por recoger e irse. Normalmente esto se vacía sobre las nueve, pero mejor para mí, ¿quién puede presumir de tener un trocito de playa a las siete de la tarde?
Me levanto y pienso en Francis. Aquí nos conocimos y yo estaba llorando, y aquí he vuelto llorando sin él. Mis lágrimas se confunden con las gotas de lluvia sobre mi rostro.
No sé porqué lloro, quizás sea por la rabia e impotencia de no haberlo besado o haberle gritado que me gusta, pero esa parte romántica y dramática de mí quedó en el olvido hace ya un par de años; puede que llore porque él ha dudado de mí, ya que a veces sigo siendo una niñata de 15 años; también porque no lo volveré a ver, y quizás. lo más importante, porque suspenderé mates -obviamente no, pero necesito un toque de humor-.
Camino inconscientemente hacia la orilla y dejo las sandalias y el móvil en la arena mientras que mis pies rozan el agua. Está caliente. Doy unos pasos más y me sumerjo por completo.
Creo que el agua está caliente -todo lo caliente que puede estar una playa-, por la tormenta, porque ya estaba mojada.
Me encanta nadar. Es una de las pocas aficiones que tengo. Dentro del agua vuelvo a ser la chica que era antes del crucero.  Me veo a mí misma desde fuera e imagino estar en el verano de tercero de ESO: mis amigos me apreciaban y no estaban conmigo por pena, los chicos -y yo misma- me respetaban, y no fumaba a escondidas. Tampoco es que lo haga mucho, sólo cuando son ocasiones de estrés o nervios, como ahora. Por suerte, es en tan pocas ocasiones que lo sustituyo por un poco de deporte -o sea, natación-.
Debajo del agua todo está en calma y es un calmante para mí. Estar nadando me alivia, me libera, hace que mi mala ostia desaparezca con las endorfinas liberadas al hacer deporte.
Pero no mis pensamientos. Tampoco es que recurra a nadar para huir de ellos, sino que aquí, alejada de todos, puedo pensar mejor.
Dejo que mi cabeza salga y cojo aire, necesito nuevo oxígeno. Bucear ahora es genial. Abro los ojos y veo que sigue lloviendo. Apenas he avanzado unos metros de la orilla, sigo haciendo pie. Me zambullo de nuevo en el mar y en cada brazada que hago, noto como libero tensión. Salgo de nuevo del agua y ya no hago pie. Me tumbo sobre el agua y me quedo haciendo el muerto. Ahora es momento de pensar. Mientras las ondas de agua me moja. Mientras la lluvia moja mi cara.
Estoy viendo como mi primito pelea con esa chica a la que le da clases. ¿Cómo pueden dos personas tan contrarias gustarse? Porque sí, no sé si alguno de ellos lo sabrá, pero se gustan.
Están al borde de la piscina, y no me gusta la forma que tiene esa de hablarle, cada pocos segundos le da un empujón a mi primito.
Parece que se va, mucho mejor. Me giro y estoy frente al armario. ¿Qué se supone que debo llevar a una cena de ese postín? Quizás mi primito sepa ayudarme, con ser mi tío abogado habrá ido a cenas así.
Estoy bajando las escaleras. Seguramente me toque consolarlo y hacerme el interesado, tampoco es que me moleste, pero no me gustan los tíos que se muestran tan sensibles o que no les da miedo mostrar cómo se sienten. Con la muerte de mamá siempre he llorado solo, no tiene porque verme nadie.
Llego al jardín y no veo a nadie, ¿habrá ido mi primo detrás de ella? Voy hacia la cancela, haber si lo veo por la calle, y al pasar por la piscina puedo comprobar que el agua forma pequeñas ondulaciones. Esto capta mi atención y pongo un poco más de interés en la piscina. Si en ella no ha habido movimiento alguno el agua debería estar calmada, ¿no? Me fijo con más determinación... ¡Espera! ¿Ese es Francis?
Me tiro al agua nada más ver el cuerpo de mi primo en la piscina, sin realizar ningún movimiento para salir a flote. Mi cabeza es lo que primero se sumerge en el agua y le sigue mi torso y mis piernas. Estoy totalmente vestido, no hay tiempo que perder.
La piscina no tiene profundidad, perfectamente se puede hacer pie en ella, aunque hay una zona donde cuesta un poco. Ahora mismo no soy consciente de sí es en esa zona, o no, donde se encuentra mi primo.
Llego a él y mis brazos lo rodean por debajo de las axilas y lo abrazo para sacarlo a la superficie. La suerte de estar dentro del agua es que todo cuerpo sumergido en ella, da la sensación de que ha perdido peso y me resulta más fácil para llevarlo fuera. Una vez que su cabeza queda fuera del agua, mis manos lo agarra, desde abajo, por las axilas, de modo que yo quedo delante de su cabeza y puedo guiarlo sin que ésta se hunda de nuevo. Necesito sacarlo de la piscina, y la mejor forma es sacarlo por las escaleras que tiene, pero no las típicas de hierro, sino esas que son escalones y están construidas junto a la piscina y que hace que poco a poco te vayas metiendo en ella, o en su caso, salir. Cuando choco con el primer escalón, voy con mucho cuidado de que su cuerpo no roce ni un escalón e intento sacarlo sin que toque estos escalones, que sólo me sirven a mí de apoyo. No sé cómo ha sido la caída y cualquier roce puede causarle graves daños. En los últimos escalones, la agarro y me lo hecho en peso sobre mis brazos hasta dejarlo suavemente en el borde de la piscina, pero alejado a la vez del mismo: necesito una superficie dura.
Lo coloco en posición lateral para evitar que trague agua, si tiene en la boca e intento abrírsela con éxito colocando mis dedos dentro de ella. La deja abierta y no cierra la mandíbula. Perfecto, así no me morderá la lengua. Busco en su muñeca algún indicio de pulso, alguna señal que demuestre que en ese cuerpo aún hay vida. Está un poco débil...
Recuerdo un poco algo de primeros auxilios de cuando pasaba las vacaciones con mis abuelos maternos, aunque ahora mismo no recuerdo el nombre de la maniobra, pero eso es lo de menos. Me pongo manos a la obra:  coloco mi puño sobre el abdomen, apenas unos centímetros por encima del ombligo y comienzo a hacer presión. No recuerdo muy bien si era treinta o sesenta segundos lo que debería de estar así, pero temo de que haya tragado agua y me arriesgo y paro a los treinta segundos para hacerle un boca boca. Estoy inclinándome hacia él cuando empieza a toser y expulsar agua.
Joder, menos mal.
Como acto involuntario, me alejo rápidamente de él y le dejo su espacio mientras se reincorpora y yo le ayudo, siendo su punto de apoyo.
Vuelvo a casa. Estoy chorreando, pero para los descarados que te miran sin apuro alguno sólo soy una adolescente mojada por la tormenta y la cual tiene la camiseta pegada al sujetador, marcando éste bastante. En un pueblo nunca pueden faltar los estúpidos salidos...
Al final, he llegado a la conclusión de que no voy a ponerme en contacto con Francis, que sea él el que muestre interés y si siente algo por mí también. No me da la gana de que me descoloque mi tranquilidad.
Por suerte, al llegar a casa no está mi madre aún. Camino sin pensar hacia el baño y me meto en la ducha con la ropa cayendo el agua sobre mí, y poco a poco se va calentando. Sin prisas alguna, me voy desvistiendo a la vez que mi cuerpo entra en calor. Un estremecimiento de agradecimiento recorre mi cuerpo al completo.
Salgo de la ducha unos minutos más tarde, envuelta en una toalla y mi pelo mojado y enredado está salvajemente suelto. En mi dormitorio termino de vestirme con mi pijama -un pantalón corto de deporte manchado por lejía y una camiseta blanca ancha-, para después buscar en el cajón-estuche -vamos, un cajón transformado en un estuche gigante- un pitillo, busco el mechero oculto en el joyero y salgo al patio trasero a fumármelo.
El "click" del mechero prendiendo el cigarro es música para mis oídos y doy una profunda calada para encenderlo, porque lo necesito. Necesito de esta mierda llenando mis pulmones y lo expulso después. Humo gris sale de mi boca y mi nariz. Sal de mí y no vuelvas a contaminarme hasta que dé otra calada.
Estoy disfrutando tanto este cigarro, me está poniendo deseosa. Podría llamar a Miguel, él sabe cómo hacer disfrutar a una utilizando su mano, pero me viene el recuerdo de Francis.
Me enfado conmigo misma. ¡Me juré a mí misma no volver a enamorarme de ningún tio! Otra calada y el cigarro ya no sirve. Lo tiro por lo alto de la tapia y vuelvo al cuarto de baño a lavarme los dientes y manos, cuando mi móvil pita. "Batería baja".

Camino hacia mi cuarto de nuevo, conecto el móvil al cargador, envío un sms y con el paquete de cigarros, me voy al patio.

jueves, 1 de agosto de 2013

Capítulo VI

Me dirijo a casa de Francis. Hemos pasado juntos ya tres tardes -dando mates, claro-,pero soy la más feliz del mundo. Estar cerca de él... eso me llena, me da la vida. Aunque dentro de un par de clases le empezaré a lanzar indirectas....
Recuerdo lo nerviosa que estaba la primera vez que quedé con él, ¡si los nervios no me hubieran traicionado! Estaba tan nerviosa aquella tarde que se me olvidó por completo que habíamos quedado para las clases de mates. Me hubiera ahorrado un mal rato, pero eso ya no importa. La verdad es que fui un poco patética, las cosas como son, pero Francis es un poco tonto y no se dio cuenta. No era yo ese día, estuve bloqueada, primero, por los nervios y después, por la imagen de nosotros juntos. Estuve cohibida.
Ahora debo centrarme en el hawaiano, Layla lo necesita después de su última relación, se merece un poco de juego en su vida, y me encanta esto de hacer de celestina con ella. Esta chica... ¡necesita espabilar! Y sé que eso lo va a conseguir con el hawaiano. Lo intuyo. Este chico... es el suyo. Incluso llegaría a más y juraría que perfectamente puede ser el padres de sus hijos.
Joder, ¿por qué tiene que vivir en la zona de los chalés? En la otra punta del pueblo... ¡Qué pereza! Con esta calor que hace, y además, a las cinco de la tarde. ¡Con toda la fresquita! Lo que me va a hacer pasar este chico... pero merecerá la pena. Todo sea por cazarlo y que sea el padres de mis hijos.
Me apetece beber agua, algo completamente normal si tenemos en cuenta que llevo quince minutos andando y a unos treinta grados, en un ambiente de playa que estás pegajosa y sudorosa con nada.
Por suerte, a menos de quince metros tengo una fuente de agua potable. Acelero un poco el paso y agacho la cabeza para beber. ¡Oh, dulce líquido que sacia mi sed!, canturreo internamente. Para mi sorpresa, no está caliente y está fresquita. ¡Lo que daría por meter mi cabeza por completo! Pero no, debo permanecer guapa para Francis. Incluso me estoy pintando un poco para él -lo típico, un poco de raya y rímel-.
De repente, siento una leve presión sobre el pelo. ¡Oh oh! Espero que no sea un jodido pájaro que se me haya hecho caca encima. Puede ser un resto de comida que me haya lanzado algún mocoso desde un piso.
Me paso la mano por el pelo con temor de encontrar la caca, pero al tocar algo viscoso mis ilusiones desaparecen y me da asco de pensar que lo he tocado. ¡Qué suerte tengo! ¡¡Qué asco!!
Lo peor de esto es que debo de ir así a casa de Francis.  Me niego volver a casa y echarme agua después de veinte minutos andando y me faltan cinco. Absolutamente no.
Le doy a la fuente de nuevo con intenciones de lavarme la mano, y al levantar la vista veo frente a mí un bar, y en mi mente se escucha el "aaaaaaa" celestial de las películas. Camino hacia allí sin pensarlo, hasta que llego a la puerta y me fijo en el menú. Demasiado elegante. Miro hacia arriba y contemplo el nombre del local: Los quesitos. El bar más caro del pueblo, pero voy con la hora pegada al culo y el bar más cercano está marcha atrás porque la siguiente calle es de chalés y no hay nada.
Entro resignada. ¿Algo puede salir peor?
-Disculpe, ¿me podría decir donde se encuentra el baño, por favor? –le pregunto al camarero. Estoy segura de que me va a tocar comprar algo para poder utilizarlo...
-Lo siento, para utilizarlo debe comprar antes algo -Ni siquiera levanta la vista. No debe tener más de 25 años. Universitario. Segurísimo.
-Pero...
-Lo siento.
Un buen polvo necesitas, imbécil. Nada más por la forma de tratarme se nota que está porque no le queda otra opción. ¿Tanto le cuesta ser amable o poner buena cara si trabaja en un sitio de cara al público?
-Eh... Tengo el pelo lleno de mierda de pájaro, ¿me vas a hacer comprar algo para poder limpiármelo y no apestar?-lo intento de nuevo, sin alterarme.
Se gira dirección a la cocina -creo-, sin mirarme ni un solo instante.
-¿A ti nunca te ha cagado un pájaro en el pelo o qué? -No quiero ser maleducada, pero que no me toque los ovarios.
-Lo siento... – Vuelve a repetir con voz pesada. A modo de protocolo.
-¡Esto es de locos! Dime que es una broma, por favor. –suplico-. ¿Después de cagarme un pájaro tengo que aguantar esto? -Todo el bar me mira. Vale, quizás me esté pasando un poco, pero es que estamos en los barrios pijos y aquí por una botella de agua te clavan tres euros y me niego a comprar algo, que no estamos para derrochar con la crisis.
Ignoración total. ¿Monto un pollo o cedo?
-¡Está bien! Dame algo de bollería -bufo con careto.
Está claro que hoy no es mi día. Se está dirigiendo a una palmera de chocolate, ¡con la calor que hace! Estoy tentada a montar un nuevo numerito, pero no quiero que me eche del local y tener que ir hacia atrás en busca de otro.
-Toma -y me tiende la palmera.
Abro la boca pero la cierro rápidamente. Iba a decirle que si me la podía dar después de salir del baño, pero la ley de Murphy lo deja muy claro: si algo puede salir mal, saldrá; y me da miedo que después de haberle dado los dos euros y medio no me la devuelva o me ridiculice. Tendré que aguantarme.
Creo que el camarero ha interpretado mi gesto como "¿me dices dónde está el baño?" y me señala hacia el fondo del local.
-A mano derecha.
Sin darle las gracias -como venganza del mal rato-, me
dirijo hacia el servicio, no sin antes llevarme un buen cargamento de servilletas, y murmuro:
-Dile a tu novia que te eche un polvo, a ver si cambiamos la actitud.
Por suerte, mientras me voy acercando a los baños veo que el local tiene otra puerta que da a la calle. Mejor, así no tendré que verle más el careto al subnormal ese.
Entro al baño. Me esperaba mayor cosa. El bar es elegante -un poco-, pero el baño es cutre a más no poder. El aseo y el baño están juntos, no individuales y es tan estrecho que llego a tener 5 centímetros más y no puedo entrar -vale, quizás exagere un poco-.
Dejo la palmera, envuelta en servilletas, en la pila del lavabo y me miro en el espejo.
-¡Qué pintas! Desde luego así vas a enamorar mucho a Francis –Me digo a mí misma con tono irónico.
La "sustancia" está ya seca, así que procedo -con mucho asco- a quitarla con mis manos. No puedo evitar poner muecas de asco y un repelús recorre mi cuerpo. Después de unos minutos ya no quedaba rastro de nada.
Rápidamente, llevo mis manos al dispensador de jabón, y echo tanto de éste que se termina derramando un poquito. Instantes después, el agua corre por mis manos sin dejar rastro de ninguna sustancia.
Voy a salir cuando me acuerdo de la palmera. Echo la vista hacia atrás y contemplo un puñado de servilletas manchadas de chocolate derretido.
Oh, no. No pienso mancharme de nuevo. Me niego completamente.
Por unos instantes, mi parte malvada se apodera de mí y sugiere dejar ahí la palmera a modo de venganza. Es una idea muy atractiva, pero mi yo sensato y razonable me dice que alguien puede haberme reconocido o que aquí este presente la sobrina del vecino del quinto o la nieta de doña Paquita o similares, que yo no conozca pero que ellos a mí, sí. Mi única alternativa es tirarla en la primera papelera que encuentre en la calle. Lástima de dinero desperdiciado y lástima de oportunidad de joderle al imbécil este.
Envuelvo la palmera en papel higiénico y salgo del servicio. Puedo comprobar como me mira. Lo peor de todo es que está bueno.
Salgo sin más dilación.
Se sienten voces cercanas, algún crío debe de estar jugando cerca. Tengo suerte y justo al salir hay un contenedor a la derecha. Esta tiene que ser la puerta trasera, además de tener el contenedor, no da al paseo marítimo, sino a una calle secundaria que tiene enfrente palmeras. Es una zona límite del pueblo.
No es por nada, pero esta calle trasera no me da buenas vibraciones, prefiero doblar la esquina del bar, atravesar la calle y entrar, de nuevo, en el paseo.
-Por favor... –suplicaba una voz femenina. ¿Sara?
No tengo ganas de cruzarme con ella. Esperaré a que se vaya para doblar la esquina. Bastante penosa llevo ya la tarde, lo malo es que deberé de correr para llegar a tiempo a casa de Francis.
-¡Por favor! ¿Por favor, qué? Estoy cansado de tener que estar siempre a escondidas, que nadie sepa que estamos juntos. ¡Ni que fuéramos críos de 13 años que se tienen que esconder de sus padres!
-Pero...
Espera, ¿Sara tiene novio formal?
-Pero, ¿qué? ¡Estoy harto! ¿Qué te crees, que soy tonto? Sé perfectamente que prefieres el anonimato para seguir acostándote con todo el que te tire. Y estoy cansado de escuchar ese tipo de comentarios. ¡Harto!
-Yo... te quiero.
Río internamente. ¿Sara... queriendo a alguien? Debe de estar pasándolo mal, pero le viene bien que un chico no haya caído bajo su embrujo de dinero y le diga las cosas a la cara. Pobre chico... Debe de estar pillado por ella hasta las trancas.
Es conocido por todos -bueno, la gente joven-, que Sara es de rollos de una noche, o sea, aquí te pillo aquí te mato, pero para que sus padres no sospechen nada siempre pilla a algún pringado y lo hace pasar por su novio, para mantener el papel de santa y no le quiten su paga semanal de doscientos euros. Aunque parece que con este no ha tenido tanta suerte y la ha desenmascarado rápido.
-¿Qué me quieres? No te quieres ni a ti misma, Sara -dice resignado. Se le nota que está cansado y le puede la situación.
-¡Lo juro! Lo que siento por ti no lo he sentido por nadie. ¡Ven esta noche a la fiesta que organizan mis padres! Te presentaré oficialmente, quiero que veas que voy en serio contigo. Por favor...
-Más te vale, Sara. Estoy cansado, para estar así dejamos esto y pasamos a ser un simple rollo de una noche y fin. Tienes que ser responsable si quieres tener una relación seria, si de verdad te importa tu pareja, si yo te importo… Y ahora me tengo que ir, tengo que ir a casa de mi primo.
-Está noche cambiara todo, ya veras...
¡Venga, hombre! Ya que empezaba a caerme bien el chico este, ¡y acepta la invitación!
Me pica la curiosidad, ¿quién será el chico que le ha "robado" el corazón a Sara? Me asomo muy poco -no quiero que me descubran, y menos Sara-, y puedo contemplar como Sara está dándome la espalda y un bañador hawaiano azul dobla la esquina para entrar al paseo marítimo.
Sara se mueve, y me escondo rápidamente detrás del contenedor. Puedo observar sin ser vista -gran ventaja-. Sara está en la calle trasera y por unos minutos se queda ahí parada, se pasa la mano por la cara -deduzco que para secarse las lágrimas, ya que al tenerla dándome la espalda no puedo verla bien-, y entra al local.
Cuento hasta cinco mentalmente. Cinco... Cuatro... Tres... Dos... Uno... Corro como nunca hasta llegar al paseo y estar al menos a veinte metros o más del local, en parte por no ver a Sara y en parte por no llegar tarde.
Llego a casa a Francis exhausta. Antes de tocar al portero intento que mis pulsaciones bajen un poco y que mi respiración sea normal. También espero porque estoy colorada -aunque no me vea, es algo obvio si tenemos en cuenta la temperatura y la hora-, y no quiero que Francis me vea así.
Son las cinco y tres, por unos minutos que pierda no pasa nada. Me apoyo en la pared y respiro tranquila. El sol me da de frente y tengo que cerrar los ojos. En otra situación incluso me agradaría, pero ahora me jode bastante. Quiero enfriarme un poco, no calentarme. El maldito día de mala suerte parece no terminar nunca, ¡vaya mierda! Solo espero que la clase con Francis vaya bien, ¡ya sería el colmo!
Voy a tocarle al portero y espero la voz del criado con su habitual: "¿Señorita Lucía?". Francis dio el aviso de que iría todos los días a las cinco.
Me extraña que no me hayan abierto ya, ni que nadie haya respondido a mi llamada. El día de mierda continua y ahora resulta que Francis no está. Me podía haber avisado, ¿no?
Una mano con una llave se antepone a mí e intenta abrir. Si fuese Francis, me habría saludado antes y esas manos son de tío. Sin pensarlo, mi giro para ver quién es.
Me encuentro con un morenito que ya había visto anteriormente: el hawaiano.
Espero a que él salude. Entra al patio y hace ademán de cerrar la puerta. En un impulso, pongo mi pie para impedir que la cierre ante mis narices. ¿De qué va el subnormal? Aunque antes de que la cancela de tope con mi pie, para, me mira y sonríe.
-Anda, pasa -y me abre la cancela.
Le pongo mala cara y paso sin mirarle. A mí que no me haga estas estupideces.
Justo en el momento que estoy pasando por la piscina, él me acelera y me fijo en su bañador hawaiano azul. Espera. Me paro en seco. No. No puede ser. No. ¿Él... novio de Sara?
Tengo a Francis a pocos metros de mí. Por mi estado de shock no me he dado cuenta de que ha salido a recibirme y lo tengo dirigiéndose hacia aquí.
-Hola, perdona que no te abriera la puerta -se disculpa-, Juan no está hoy y se me había olvidado que...
Sólo he escuchado la primera parte, ya que mi cerebro no se lo cree aún. ¿El hawaiano y Sara? Pobre Layla... ¡a quién le ha puesto el ojo! ¿El hawaiano no se da cuenta de qué perra se ha echado por novia? No lo conozco mucho, pero parecía el ideal para Layla.
- ...ya vi que entraste con Gabriel. ¿Qué te ha pasado para llegar un poco más tarde? -continua.
- ¿Gabriel? -pregunto.
-Sí, mi primo.
- Ahh... - ¡Ay, Gabriel!, me lamento.
Observo a Francis como me mira, esperando algo. ¡Ostias!
-Pues... es que he tenido un problemilla. Un día de mala suerte. Aunque no te preocupes, he tenido días peores...
-Vale, ¿quieres algo? -No lo veo muy convencido.
-¡Sí, por favor! Un vaso de agua.
-Voy a pedirlo. Siéntate.
Camino hacia la mesa pensando en la escena de Sara y el hawaiano -perdón, Gabriel-, y es que no puedo creérmelo. ¿Cómo voy a hacer para decírselo a Layla? Cierto es que ella no está muy ilusionada y es realista, pero algo así jode mucho. Y la escena de la puerta, juraría que ha sido tonteo por su parte. ¡Ay, Dios! Un día de mala suerte...
-Ahora lo traen -Francis está sentado a mi lado.
-Vale, muchas gracias -Normalmente nunca habría aceptado ni una gota de agua porque Francis no me quiere cobrar nada y bastante molesto ya si encima tengo que gorronear... Sin embargo, hoy lo necesito, por la carrera, la calor y lo de Gabriel.
-Comencemos por donde lo dejamos ayer, ¿vale?
-Sí, vale -En estos días habíamos dado un poco el temario de cuarto de la ESO, pero sólo aquellos temas que tienen relación con el bachiller. Por ejemplo, el tema de las propiedades de las potencias, cómo quitar raíces, fracciones... Hoy ya tocaba álgebra, o sea, ecuaciones y sistemas.
-Se suelen coger como incógnitas la letra x e y, al igual que la a y la b. Para resolver ecuaciones se despeja. Las ecuaciones se dividen en dos miembros, separados por el signo igual -Mientras explica todo esto, escribe una ecuación sencilla, x+2=5, y le señala los miembros-. Para despejar, hay que dejar la incógnita, es decir, la letra, sola en un miembro. Y eso se hace pasando el número que la acompaña al otro miembro, pasándolo con la operación contraria, es decir, de la suma lo contrario es la resta, y de la multiplicación lo es la división, y viceversa. ¿Sabrías hacerla?
Le quito el lápiz y despejo la x, quedando la ecuación en x=5-2=3
-Que sacará unos y dos en los exámenes, no quiere decir que me tengas que enseñar todo como si jamás hubiese visto una ecuación. Creo que las cosas básicas las sé. -Intento decir esto de forma amable aunque un poco burlona porque él me  está explicando esto como si no supiera de la existencia de las ecuaciones. La verdad era que en estos días no habían avanzado mucho, pero era porque yo preguntaba mucho para poder escuchar su voz, así que me dije a mí misma que eso debía de acabar ya, que quedaba un mes de verano y debía de aprovecharlo, ya que se le daba esa oportunidad.
-Vale, ¿qué sabes de álgebra?
-Pues... hacer ecuaciones de primer grado, sistema de ecuaciones con dos incógnitas, y creo que ya está.
-Vale... Pues hoy daremos entonces ecuaciones de segundo grado y más, y el método de Gauss. Pero antes, hazme estos sistemas de ecuaciones y repasamos, por los tres métodos, ¿eh?
-Sí, profe-digo a lo "alumno  cansino".
En ese momento llega una mujer muy atractiva y elegante con una bandeja que contiene una jarra de limonada y dos vasos. No tiene mucha pinta de criada, la verdad.
-¡Hola, chicos!
-Hola, mamá.
¿Mamá?
-Hola, señora.
-Por favor, llámame Alba -Sonríe.
-De acuerdo... Alba.
¿Desde cuándo soy yo vergonzosa? No soy capaz ni de hablar. Dios, quiero desaparecer de aquí. Vergüenza en aumento... SOS. Help. Ayuda.
-¿mo lleváis la tarde? -Pone la bandeja en la mesa mientras nos sirve el refresco.
Me siento muy mal, no quiero que ella me sirva a mí. Es una mujer elegante, con clase. No entiendo por qué no es la sirvienta la que debe de estar aquí. La señora Alba coge mi vaso.
-No, no. Por favor. Déjeme a mí. No tiene porqué hacerlo usted -Intento quitarle el vaso.
Si mi madre me viera así de educada no se lo creería ni estando aquí presente.
-No te preocupes, no se me van a caer los anillos -y aparta el vaso de mí. Acabo rindiéndome.
-Gracias...
Mira a Francis. ¿Por qué?
-¡Ahh! Bien, mejor de lo que pensaba, resulta que Lucía sabe más de lo que esperaba.
Ríe dulcemente. El cabello largo cae hacia un lado y se reincorpora pasándome mi vaso.
-Bueno, espero que sirva de algo, ya que tienes a mi niño todas las tardes ocupadas. Espero que sea buena influencia para ti y tú para él, ¿eh? -Me regala un guiño. ¿Qué quiere decir eso? ¿Se habrá dado cuenta de algo?
Mentalmente me ordeno a poner cara de póker. Me parezco más a Layla que a mí. ¡Joder con los nervios! Debo parecer simpática, si su madre me ha dado un guiño por algo será.
-Sí, sí... su hijo enseña muy bien las matemáticas.
-Espero que te sirva. Bueno, no os entretengo más, estudiar mucho. Adiós, y encantada Lucía.
-Igualmente, señ... Alba.
Se acerca a mí y me levanto de la silla. Me da un beso en cada mejilla y se vuelve a la casa.
Me siento de nuevo y entre Francis y yo se mantiene un silencio hasta que su madre desaparece.
-Tú madre es... muy guapa -logro decir. Es una mujer enigmática. Vestía un vestido veraniego de flores turquesas y blancas y el cabello marrón chocolate suelto.
No sé porqué, pero en presencia de Alba me he sentido como niña de 15 años, quizás por los nervios o porque, en cierto modo, me ha recordado aquellos tiempos en los que yo invitaba a mis amigos en mi casa... Echo de menos aquella época.
 -Sí... -suspira.
-Qué guay… Me encantaría de mayor tener su estilo y elegancia -Espera, ¿acabo de decir yo eso? ¿Yo, que soy una fanática de los pearcings?
Antes de empezar la clase quiero hablar un poco de el hawaiano y saber de su vida. Por Layla.
Francis está apuntándome algunos sistemas para que los haga y aprovecho el momento:
-Oye... -llamo su atención.
-¿Sí?
-¿Por qué tú primo lleva siempre un bañador? Al menos, las veces que lo he visto yo.
-Creo que sus abuelos maternos eran de Hawaii y él pasaba los veranos con ellos. De ahí su afición a los bañadores hawaianos.
Emm... ¿Perdón? Me quedo mirando a Francis a ver si se da cuenta de su error pero ni siquiera a levantado la vista del folio. A este chico las matemáticas le encanta. Al menos ya sé el porqué del bañador hawaiano y me alegra saber que mi mote no le viene tan mal, al fin y al cabo.
-¿Y... -Hago una pequeña pausa para que me mire, pero no consigo nada- ...va a pasar aquí todo el verano?
-Creo que sí.
Me rindo. Este niño es imposible, joder. Si sólo tuviera la certeza de que yo a él le gusto, ahora mismo le apartaría los folios, le obligaría a mirarme y lo besaría como nunca antes nadie ha hecho. Sin embargo, todo es un "condicional". Tendré que conformarme con las clases... De momento.
El que algo quiere, algo le cuesta. De ese tipo de personas soy yo. Nunca me rindo, y si quiero algo, lucho hasta conseguirlo.
-Toma, hazme los sistemas -Me entrega la hoja: "3x-6y=6.(74y-3x)+8 y (5+7x)/4=2y-6x-3".
Manos a la obra, la clase ha empezado.
Estamos haciendo sustituciones en ecuaciones de más de segundo grado. Es sencillo, sólo hay que sustituir la x al cuadrado por z, las difíciles son con logaritmos. Odio esas ecuaciones.
Llevamos más de una hora y Francis no ha abierto la boca ni una sola vez para nuestros descansos, ni para preguntarme cómo voy. ¿Qué leches le pasa?
En menos de cinco minutos, ha hecho ademán de abrir la boca y hablar, pero rápidamente se ha acojonado.
Va una tercera, pero ni le presto atención y continuo.
-¿Por qué lo has preguntado? -suelta con un hilo de voz.
-Porque no lo entendía -refiriéndome al ejercicio anterior-. No todos somos unos cerebritos como tú -suelto tranquilamente. De broma.
-No... Lo de Gabriel -lo miro extrañada-. Si se va a quedar -explica.
-Ahh... No sé, curiosidad.
¿Qué le pasa? De buenas a primeras se ha rayado. Suelta el boli y mira hacia otro lado, donde yo no puedo mantener contacto visual con él.
-¿Vienes... aquí con la excusa de... verlo? -su voz se rompe varias veces.
-¿¡Queeeeeeeé!? Ni de coña. Vengo por ti... porque me das clases -Espera, ¿se piensa que me gusta su primo?- ¿Crees... que me gusta tu primo?
Silencio.
Los silencios siempre son un sí no formulado a la pregunta hecha.
-Francis...
Continua el silencio.
-Está con Sara, y al terminar el verano se va.
Vale, con esa frase quedan mis sospechas confirmadas. Está claro que está tirando de sus "armas" para que me desilusione. ¿En serio es tan tonto que no se ha dado cuenta?
Me levanto de la silla y me pongo frente a él. Francis me esquiva y se dirige a la piscina, sin pensármelo le sigo.
Voy a decírselo todo, que es él quien me gusta, que abra los ojos. Mi genio se está apoderando de mí y no me deja pensar ni razonar.
-¿¡Pero es qu...
-¿Cuánto te crees que le queda a mi primo aquí? Puede poner la relación seria, incluso comprometerse, pero en menos de un mes desaparecerá, y... ¡pum! Adiós a todo. No entiendo por qué tanto interés, ¿por qué no me dices la verdad? –Su voz sonaba desesperada, no me habla con enfado ni con ira, solo con la voz de alguien a quien le han partido el corazón, a alguien que se había ilusionado y se había chocado contra la pared.
Cuando termina de decir aquello -al parecer, sus únicos argumentos-, deja de darme la espalda y me mira, quedando uno frente a otro.
-¿Pero… ¡de qué vas!? – Ahora soy la Lucía que todos conocen, la Lucía enfadada, aquella que no se deja pisotear ni vencer por nadie. ¿Cómo es capaz de dudar de mí? ¿Cómo? ¿Es que no se daba cuenta o qué? A ella le gustaba él, ÉL,  . – Perdona, Francis, pero si estás tan ciego ¡es tu culpa! No es mi problema que creas que todos van detrás de tu primo, y que él es súper mega guapo y cosas así. ¡Él problema es tuyo si no ves más allá de tus ojos! ¡Tuyo! Es que parece mentira... ¿no has notado nuestro tonteo por tuenti o qué? ¿Qué tengo que hacer para que te des cuenta? ¿No has visto que me quedo embobada cuando estoy aquí, delante de ti? ¿Tengo que ponerte un cartel que diga “Me gustas, Francis”? –suspiro para intentar calmarme. Quizás, deberías de dejar tus paranoias mentales a un lado sobre a quién le gusta quién... y mirar a tu alrededor.

A cada frase terminada, a cada pregunta formulada, le he ido empujando sobre los hombros. Cada empuje ha sido como una bofetada para quitarle la venda de los ojos. Se ha quedado al filo de la piscina, y no me han faltado ganas de empujarlo, pero he respirado y me he ido.