miércoles, 13 de abril de 2016

Capítulo XI

No sé quién tarda más, si Cris o Layla. Llevo más de cinco minutos esperando y no hay rastro de ella, Cris.
En realidad, no la necesito. Bueno, no es que no la necesite, es que esto tengo que hacerlo yo, pero su compañía era esencial. Me daba algo de seguridad.
Después de leer los privados de Layla, ya sé qué tengo que hacer. Y lo voy a hacer ahora.
—¡Guapaaaaaa, que no me entere yo de que ese culo pasa hambre!—me grita un chico que está montando en bici. Mi dedo le saluda.
Como pase otro gilipollas como este, me voy. No esperaré más a Cris.
Le mando un whatsapp:
donde estas?
llevo un rato esperandote
Me gustaría que Layla supiera de esto, saber qué opina, pero su abuela no tiene fijo, así que no queda de otra. Las opiniones de ambas son bastantes importantes para mí.
Solo espero que sea lo correcto.
Vuelvo a mirar y ni rastro de Cris. Me siento en el bordillo: esto va para largo. No obtengo respuesta alguna, ni siquiera le llegan los whatsapps. No quiero que mis muslos queden marcados por la acera, así que flexiono las rodillas de tal modo que solo mis pies están apoyados en el bordillo.
—Hola—. Me saluda Cris desde atrás—. Perdón por llegar tarde, pero saliendo de casa me ha llamado mi padre para preguntarme si quiero pasar este finde con él. No sé qué hacer.
—¿Por qué? ¿Ha pasado algo?
—Es que...
—¡Suéltalo!— Le exijo. Me está desesperando.
Se sienta a mi lado. Lleva un vestido blando con flores azules.
—No sé en qué punto estoy con Rubén.
—¿Cómo qué no lo sabes? Pero si se os veía bien.
—Lleva unos días muy raros... Entiendo que puede tener unos días malos, ¿pero tanto como para pagarlo conmigo? No sé...
—No debería, la verdad.
—Pues eso, tía... Que no sé si ir, porque para estar así... Y tampoco quiero ir sin avisarle y que luego se entere por alguien que he ido.
—Tranquila, seguro que en un par de días se le pasa. Dale tiempo, y si no, habla con él.
—Lo haré —de un salto se pone de pie—. ¿Vamos o qué?
—Vamos—. Ese cambio tan repentino de conversación me choca, pero creo que es lo mejor, por ahora. Nunca le he visto con problemas en su relación y creo que ninguna estamos preparadas para llevar un tema así.
Mientras caminamos, pienso en Lucía. Siempre me ha costado verla ilusionada por alguien, y desde que pasó aquello con Sara... No ha sido la misma. Solo espero que su alocado plan salga bien, por ella, por Francis, y por mí. Necesito algo de distracción.
Llegamos antes de tiempo. Perfecto. Así nos da tiempo a repasarlo todo y evitar que nos vean juntas antes de que Lucía suba al tobogán y se esconda.
Desde mi posición, no se puede ver a Lucía, escondida en la caseta del tobogán. Yo estoy dándole la espalda, apoyada en las escaleras del mismo. No estaba muy convencida cuando me contó lo que tiene en mente, ni lo estoy ahora, pero sé que necesita algo de esperanza y creer que el amor no es cosa de novelas.
—Viene alguien— susurro a la vez que mi mano oculta mi boca. Desde fuera parece que estoy tosiendo.
Puede verle llegar. Cris no lo sabe, pero desde aquí lo veo todo sin ser vista. Me sorprende bastante que ya esté aquí. Normalmente él suele llegar un poco más tarde. Viste unos vaqueros cortos y una camiseta de tirantes azul. Ese color le favorece.
Se para frente a Cris. Su rostro no tiene expresión alguna, solo sus ojos. Denotan cansancio, preocupación. Saluda fríamente.
—Hola— le saluda Cris. Está nerviosa, se lo puedo notar en la voz. Espero que él no lo note y solo yo pueda hacerlo por todo estos años que llevamos juntas. Se toca el pelo.
Quiero mirar hacia arriba, ver que Lucía me mira y me dice que todo va bien, que siga adelante, pero no puedo. ¡Me da tanta pena! Lo tengo ahí, enfrente. Se le nota cansando. No sé cómo ha sido capaz de venir andando hasta aquí, cómo se puede estar manteniendo en pie ahora mismo. Me observa. Le aparto la mirada. No me atrevo a pronunciar lo que voy a decir, no quiero que sufra más. Me gustaría tanto gritarle que Lucía está aquí, que hablen, pero no puedo. El único consuelo que me queda es saber que en unos minutos, si todo sale bien, no estará así.
—No sabemos nada de ella, aquella noche se encerró en su cuarto, y a la mañana siguiente cuando su madre se fue a trabajar... desapareció—. Seguía sin mirarlo. Me resultaba más fácil, y a la vez, creo que no levantaba sospechas. Puedo notar cómo me mira por el rabillo del ojo. Si su rostro antes era frío, ahora es inexpresivo. Muerto. Miro hacia el suelo, a mis pies.
—¿La habéis llamado al móvil?— Su voz apenas es un susurro. Le ha costado pronunciar esas palabras. ¿Cómo puede ser Lucía tan egoísta? Su primer pensamiento seguro que ha sido que él es el culpable de su desaparición. Sabía desde un principio que esto no era buena idea, sé que no lo es. ¿Por qué soy participe de esto?
—Sí, pero no nos lo coge. Pensaba... pensaba que tú podrías hablar con ella... No sé...
¿Yo? ¿Hablar con ella? Ojala. Es lo que he querido hacer desde la última vez que la vi, pero ahora... Todo esto ha sido por mi culpa, ¿cómo voy a buscarla? Lo último que ella quedrá es verme, y mucho menos hablar conmigo. La echo de menos. La echo en falta, a ella, a sus conversaciones. Incluso a la Lucía que no puede controlarse, la que estalla y termina explotando, contando todo lo que ronda por su cabeza. Como aquella última vez. Creo que eso es lo que más me gusta de ella, quizá porque yo no soy capaz de ser así, y la envidio. Envidia sana. Y la extraño. Y la pienso. Y ahora está desaparecida, ¿cómo voy a hablarle...?
—¿Cómo voy a hablarle... si no tengo su número? Nuestro contacto se basaba en tuenti—. Es todo lo que puedo reproducir de mis pensamientos. No soy ella, y ahora no está.
—Hablándole—. Casi suplica.
¿Cómo voy a hablarle, le grito al viento?
—¿Cómo?—digo en un suspiro apenas audible.
Me acomodo en el tobogán. Solo necesito un pequeño impulso y dejarme caer. Hace mucho calor, estoy sudando mucho. Es el karma actuando instantáneamente, que me lo devuelve por hacerle pasar estos minutos tan amargos a Francis.
No sé qué pasa primero y qué pasa después, pero veo a Francis girándose, se va. Quiere estar solo, esta situación le supera. Puedo notarlo. Cris intenta subir al tobogán, intenta agarrarme de la pierna para tirarme de ella y que baje. Y yo estoy bajando y llego al final justo cuando Francis pasa por mi lado. Dos segundos antes y me hubiera visto. Ahora estoy fuera de su campo de visión. Estoy tras él. Salto del tobogán, ni lo pienso. Estoy a un centímetro de tocarlo. Puedo olerle. Ese olor tan característico de él. Que familiar ha sido para mí en estos últimos días, y cuánto lo he extrañado. Lo agarro. O lo abrazo. La verdad, no lo sé. Solo quiero tocarlo, mantenerlo junto a mí.
Se para en seco. ¿Sabrá que soy yo? ¿Me habrá reconocido? No le doy tiempo.
—Francis, por favor. Por favor, perdóname—. Pronunciando la última palabra, se gira y quedamos los dos, uno frente al otro. Mirándonos—. Sé que mi comportamientylaformadeirmedetucasa no fuelacorrecta­—. Lo miro a los ojos mientras mis palabras salen tan atropelladas de mi boca, que terminan por ser una frase de un par de palabras. Esos ojos azules... Verdes... Que se terminan perdiendo poco a poco por la oscuridad de la pupila—. Siento lo de la encerrona, lo confieso... No ha sido la mejor forma. Pero Francis... Me importas mucho, no sé si esmuypronto, tampoco sé exactamente quesonestossentimientos... pero... pero... quieroestarcontigo.
Y mis labios están sobre los suyos. Es un beso dulce, un beso lleno de sentimiento, tanto de su parte como de la mía. Un beso inesperado, un beso deseado. Un beso que le ha pillado por sorpresa. Y a mí, también.
Nuestro primer beso.
Durante unos instantes, solo se escuchaban nuestros latidos, y la playa de fondo. No había nadie. Estábamos solos en este momento. En este primer beso.
La angustia y la preocupación han desaparecido. La estoy besando. Me ha besado. Es ella, y está justo aquí, conmigo. No está desaparecida.

La separo de mí, y la miro a los ojos.