sábado, 14 de diciembre de 2013

Capítulo VII


Francis se queda allí, pasmado, asimilando todo lo que ha pasado en estos últimos minutos, en todo lo que Lucía me ha dicho. ¿De verdad le gusto? No me he dado cuenta de nada... Aunque haciendo un repaso mental de los últimos encuentros y las conversaciones por tuenti, y con lo que ella me acaba de decir, quizás es verdad. ¡He metido la pata, mierda! Doy un paso hacia atrás y caigo en el agua. Puedo sentir como la fuerza de la gravedad me lleva a una superficie y no me deja muchos segundos en el aire. Mi espalda es la primera zona en impactar con el agua. Pica. Mi cabeza se sumerge en ella y no cojo aire, me dejo hundir hasta tocar el suelo. Está fría.
¿Debería salir? Todos los problemas que tengo terminarían en unos minutos: mis padres, la carrera, Lucía... Sólo pensar en ella mi corazón se acelera y, no puedo verme, pero apostaría la calculadora a que tengo las pupilas dilatadas. Abro los ojos y lo veo todo borroso a través del agua. El cloro me pica en los ojos, pero no me importa. Puedo ver el agua y unos rayos de sol que la atraviesan.
Necesito aire, e inconscientemente respiro, hasta que mi cuerpo es consciente de que sólo entra líquido en mis pulmones y no ese compuesto de oxígeno. Noto como el agua entra en mi cuerpo...
Lucía...
Puedo verla a través del agua, en mi cabeza, esperándome en el bordillo para abrazarme y decirme que estará siempre conmigo. Aunque estará haciéndose la dura y al principio no vendrá a mí.
Lucía...
Puedo ver su pelo, no es liso, pero tampoco rizado. Nace liso y termina con las puntas rizadas, como medio tirabuzones. Sus pearcings, ese en su oreja derecha, su colgante negro con forma de corazón...
Siento una presión, creo que me muevo, pero hace ya un tiempo que todo se volvió negro, sólo Lucía rompe esa oscuridad.
Comienza a llover.
¡Qué puta mierda!, ahora es en plan película romántica donde el tiempo acompaña al descontento y soledad de los protagonistas.
Estoy sentada en la arena de la playa, justo donde me encontré con Francis por primera vez: al lado de la palmera que hay a la izquierda de la caseta número cuatro del socorrista.
Es tormenta. Las gotas son gordas y en abundancia, en cuestión de segundos me he puesto chorreando y las pocas personas que estaban aquí, han terminado por recoger e irse. Normalmente esto se vacía sobre las nueve, pero mejor para mí, ¿quién puede presumir de tener un trocito de playa a las siete de la tarde?
Me levanto y pienso en Francis. Aquí nos conocimos y yo estaba llorando, y aquí he vuelto llorando sin él. Mis lágrimas se confunden con las gotas de lluvia sobre mi rostro.
No sé porqué lloro, quizás sea por la rabia e impotencia de no haberlo besado o haberle gritado que me gusta, pero esa parte romántica y dramática de mí quedó en el olvido hace ya un par de años; puede que llore porque él ha dudado de mí, ya que a veces sigo siendo una niñata de 15 años; también porque no lo volveré a ver, y quizás. lo más importante, porque suspenderé mates -obviamente no, pero necesito un toque de humor-.
Camino inconscientemente hacia la orilla y dejo las sandalias y el móvil en la arena mientras que mis pies rozan el agua. Está caliente. Doy unos pasos más y me sumerjo por completo.
Creo que el agua está caliente -todo lo caliente que puede estar una playa-, por la tormenta, porque ya estaba mojada.
Me encanta nadar. Es una de las pocas aficiones que tengo. Dentro del agua vuelvo a ser la chica que era antes del crucero.  Me veo a mí misma desde fuera e imagino estar en el verano de tercero de ESO: mis amigos me apreciaban y no estaban conmigo por pena, los chicos -y yo misma- me respetaban, y no fumaba a escondidas. Tampoco es que lo haga mucho, sólo cuando son ocasiones de estrés o nervios, como ahora. Por suerte, es en tan pocas ocasiones que lo sustituyo por un poco de deporte -o sea, natación-.
Debajo del agua todo está en calma y es un calmante para mí. Estar nadando me alivia, me libera, hace que mi mala ostia desaparezca con las endorfinas liberadas al hacer deporte.
Pero no mis pensamientos. Tampoco es que recurra a nadar para huir de ellos, sino que aquí, alejada de todos, puedo pensar mejor.
Dejo que mi cabeza salga y cojo aire, necesito nuevo oxígeno. Bucear ahora es genial. Abro los ojos y veo que sigue lloviendo. Apenas he avanzado unos metros de la orilla, sigo haciendo pie. Me zambullo de nuevo en el mar y en cada brazada que hago, noto como libero tensión. Salgo de nuevo del agua y ya no hago pie. Me tumbo sobre el agua y me quedo haciendo el muerto. Ahora es momento de pensar. Mientras las ondas de agua me moja. Mientras la lluvia moja mi cara.
Estoy viendo como mi primito pelea con esa chica a la que le da clases. ¿Cómo pueden dos personas tan contrarias gustarse? Porque sí, no sé si alguno de ellos lo sabrá, pero se gustan.
Están al borde de la piscina, y no me gusta la forma que tiene esa de hablarle, cada pocos segundos le da un empujón a mi primito.
Parece que se va, mucho mejor. Me giro y estoy frente al armario. ¿Qué se supone que debo llevar a una cena de ese postín? Quizás mi primito sepa ayudarme, con ser mi tío abogado habrá ido a cenas así.
Estoy bajando las escaleras. Seguramente me toque consolarlo y hacerme el interesado, tampoco es que me moleste, pero no me gustan los tíos que se muestran tan sensibles o que no les da miedo mostrar cómo se sienten. Con la muerte de mamá siempre he llorado solo, no tiene porque verme nadie.
Llego al jardín y no veo a nadie, ¿habrá ido mi primo detrás de ella? Voy hacia la cancela, haber si lo veo por la calle, y al pasar por la piscina puedo comprobar que el agua forma pequeñas ondulaciones. Esto capta mi atención y pongo un poco más de interés en la piscina. Si en ella no ha habido movimiento alguno el agua debería estar calmada, ¿no? Me fijo con más determinación... ¡Espera! ¿Ese es Francis?
Me tiro al agua nada más ver el cuerpo de mi primo en la piscina, sin realizar ningún movimiento para salir a flote. Mi cabeza es lo que primero se sumerge en el agua y le sigue mi torso y mis piernas. Estoy totalmente vestido, no hay tiempo que perder.
La piscina no tiene profundidad, perfectamente se puede hacer pie en ella, aunque hay una zona donde cuesta un poco. Ahora mismo no soy consciente de sí es en esa zona, o no, donde se encuentra mi primo.
Llego a él y mis brazos lo rodean por debajo de las axilas y lo abrazo para sacarlo a la superficie. La suerte de estar dentro del agua es que todo cuerpo sumergido en ella, da la sensación de que ha perdido peso y me resulta más fácil para llevarlo fuera. Una vez que su cabeza queda fuera del agua, mis manos lo agarra, desde abajo, por las axilas, de modo que yo quedo delante de su cabeza y puedo guiarlo sin que ésta se hunda de nuevo. Necesito sacarlo de la piscina, y la mejor forma es sacarlo por las escaleras que tiene, pero no las típicas de hierro, sino esas que son escalones y están construidas junto a la piscina y que hace que poco a poco te vayas metiendo en ella, o en su caso, salir. Cuando choco con el primer escalón, voy con mucho cuidado de que su cuerpo no roce ni un escalón e intento sacarlo sin que toque estos escalones, que sólo me sirven a mí de apoyo. No sé cómo ha sido la caída y cualquier roce puede causarle graves daños. En los últimos escalones, la agarro y me lo hecho en peso sobre mis brazos hasta dejarlo suavemente en el borde de la piscina, pero alejado a la vez del mismo: necesito una superficie dura.
Lo coloco en posición lateral para evitar que trague agua, si tiene en la boca e intento abrírsela con éxito colocando mis dedos dentro de ella. La deja abierta y no cierra la mandíbula. Perfecto, así no me morderá la lengua. Busco en su muñeca algún indicio de pulso, alguna señal que demuestre que en ese cuerpo aún hay vida. Está un poco débil...
Recuerdo un poco algo de primeros auxilios de cuando pasaba las vacaciones con mis abuelos maternos, aunque ahora mismo no recuerdo el nombre de la maniobra, pero eso es lo de menos. Me pongo manos a la obra:  coloco mi puño sobre el abdomen, apenas unos centímetros por encima del ombligo y comienzo a hacer presión. No recuerdo muy bien si era treinta o sesenta segundos lo que debería de estar así, pero temo de que haya tragado agua y me arriesgo y paro a los treinta segundos para hacerle un boca boca. Estoy inclinándome hacia él cuando empieza a toser y expulsar agua.
Joder, menos mal.
Como acto involuntario, me alejo rápidamente de él y le dejo su espacio mientras se reincorpora y yo le ayudo, siendo su punto de apoyo.
Vuelvo a casa. Estoy chorreando, pero para los descarados que te miran sin apuro alguno sólo soy una adolescente mojada por la tormenta y la cual tiene la camiseta pegada al sujetador, marcando éste bastante. En un pueblo nunca pueden faltar los estúpidos salidos...
Al final, he llegado a la conclusión de que no voy a ponerme en contacto con Francis, que sea él el que muestre interés y si siente algo por mí también. No me da la gana de que me descoloque mi tranquilidad.
Por suerte, al llegar a casa no está mi madre aún. Camino sin pensar hacia el baño y me meto en la ducha con la ropa cayendo el agua sobre mí, y poco a poco se va calentando. Sin prisas alguna, me voy desvistiendo a la vez que mi cuerpo entra en calor. Un estremecimiento de agradecimiento recorre mi cuerpo al completo.
Salgo de la ducha unos minutos más tarde, envuelta en una toalla y mi pelo mojado y enredado está salvajemente suelto. En mi dormitorio termino de vestirme con mi pijama -un pantalón corto de deporte manchado por lejía y una camiseta blanca ancha-, para después buscar en el cajón-estuche -vamos, un cajón transformado en un estuche gigante- un pitillo, busco el mechero oculto en el joyero y salgo al patio trasero a fumármelo.
El "click" del mechero prendiendo el cigarro es música para mis oídos y doy una profunda calada para encenderlo, porque lo necesito. Necesito de esta mierda llenando mis pulmones y lo expulso después. Humo gris sale de mi boca y mi nariz. Sal de mí y no vuelvas a contaminarme hasta que dé otra calada.
Estoy disfrutando tanto este cigarro, me está poniendo deseosa. Podría llamar a Miguel, él sabe cómo hacer disfrutar a una utilizando su mano, pero me viene el recuerdo de Francis.
Me enfado conmigo misma. ¡Me juré a mí misma no volver a enamorarme de ningún tio! Otra calada y el cigarro ya no sirve. Lo tiro por lo alto de la tapia y vuelvo al cuarto de baño a lavarme los dientes y manos, cuando mi móvil pita. "Batería baja".

Camino hacia mi cuarto de nuevo, conecto el móvil al cargador, envío un sms y con el paquete de cigarros, me voy al patio.