domingo, 30 de noviembre de 2014

Capítulo VIII


Qué ganas de volver a casa y cargar el móvil, ¡mucha tecnología e innovación pero la batería cada vez dura menos!
—Todavía no me lo creo. —Vuelve a repetir Cecilia. —¿Por qué?
—Porque era lo que tenía que hacer. —Mi voz sonaba cansada.
—¿Qué tenías que hacer: ser gilipollas?—replica.
—¡Joder! Era lo que sentía en ese momento y me siento como nueva. ¡Déjalo ya!
—¿Pero por qué le has dicho eso? ¡Fue por su culpa que lo dejarais! ¡Te engañó con ella! Ahora solo falta que te conviertas en su paño de lágrimas.
—No, simplemente era lo que quería hacer. Que me engañara con ella, no quita que él siga siendo un cabrón, y no se merece las lágrimas de ella; bastante tuvo con las mías.
—Sigo pensando que no tenías que haber hablado con ella.
Pilar sigue sin decir nada. No ha hablado en toda la tarde, tiene puesto sus cinco sentidos en el móvil, está peor que yo.
—¿Y tú? ¿No le dices que está loca? —le pregunta Cecilia.
—Pienso que no debería de haberlo hecho, pero si ella cree que es lo correcto... –Vuelve la vista al móvil.
—¡Gracias! —dije en un tono seco y firme—. Además, no paráis de decir que la culpa la tiene él, que era quién tenía un compromiso conmigo, no ella, que se encontraba libre en ese momento. Simplemente quería poder ayudar a alguien que está pasando por algo que yo he pasado.
—Pero... ¿no lo entiendes?  —casi grita Cecilia.
—¿Qué más da? Ya está hecho. Dejemos el tema, anda... —digo en un intento de poner punto final a este tema.
—Como quieras, pero sigo pensando que has hecho una estupidez.
—Vale —suspiro, y mis ojos se posan en Pilar, ha pasado desapercibida en todo momento.
—Pilar, ¿qué te pasa?
—¿Qué? ¿Eh?
—¿Que qué te pasa?—pregunto, de nuevo.
—¿Por qué lo preguntas?
—No sueltas el móvil, ¿con quién hablas?
—Con nadie...
—Sí, claro... Venga, suéltalo.

—¡No!— Y forcejearon con el móvil entre risas.
—Venga... Dinos que escondes...
—Es que... ¿Os acordáis del chico que conocí en el bus?
—Claro.
—Sí.
—Pues... —titubea—. Resulta que me ha dicho que va a ir este finde al pueblo de tu prima—dijo esto mirándome—. Y me ha dicho que podemos quedar, si quiero...
—Tonta, ve. Puedes venirte conmigo si quieres. Puedo hablar con mi abuela, y nos podemos ir mañana mismo si quieres. Vente tú también, Ceci.
—No quiero molestar a tu abuela, Layla...
—Si quieres, puedo decírselo a mi hermana, y vamos con ella—propone Cecilia.
—Eso me gusta más. No te lo tomes a mal, Layla, pero no quiero ser un estorbo.
—Bueno... No pasa nada. Así que... ¿nos vemos el sábado?
—Sí—me confirman al unísono.
—Bueno, tengo que irme ya. ¿Mañana quedamos?
—Pues no sé, luego os digo cosas—dice Claudia.
—Vale. Bueno, adiós.
Camino rápido, quiero llegar cuanto antes a casa y poder poner a cargar el móvil. También le podía haber pedido un cargador pero no era plan de estar pendiente del móvil todo el rato. Dándole vueltas a la cabeza sobre si tendría noticias o no, y qué debería hacer al respecto, llegué a casa sin apenas enterarme.
Mamá me ha dicho que la prima me ha llamado, así que dejo el móvil cargando y lo enciendo para que se vaya preparando, que hecha la vida en encenderse. Por lo que me ha dicho mamá, me ha llamado por si quiero irme mañana para el pueblo, con esto de que es pequeño y en verano se llena de forasteros --o lo que es lo mismo, familiares que viven en otras zonas de España y vuelven por las fiestas--, como dice mi abuela, quiere que vaya conociendo a gente.
Me coge el teléfono la tita.
—Hola, tita. Soy Layla, ¿está la prima?
—Sí, espera que voy a llamarla.
Espero durante unos segundos hasta que otra voz habla al otro lado.
—¡Layla!
—Hola—saludo.
—Te he llamado antes, pero tu madre me ha dicho que no estabas.
—Sí, es que he salido a dar una vuelta con estas—explico.
—Ah... Que yo te llamaba para ver si te vas a venir mañana o te vas a esperar a que empiecen las fiestas.
—Lo más seguro es que vaya mañana, pero creo que me quedaré en la casa de la abuela.
—Como quieras, pues me avisas cuando llegues, ¿vale?
—Sin problemas.
—Pues hasta mañana, que voy a salir.
—Pásalo bien, adiós­—me despido.
Antes de colgar el teléfono noto como comienzo a ponerme nerviosa, y es que pensar que tengo el móvil a unos metros de mí, y que posiblemente tenga un sms de Lu, me pone mala. Aunque es algo que tengo que hacer.
Entro en mi habitación y ahí puedo observar el móvil, encima de la cama y completamente encendido. Me siento en la cama y respiro profundamente. Lo cojo. Pulso el botón de desbloqueo. La pantalla se enciende. Los nervios se apoderan de mí. Un sms.

Tiene rollo, y solo esta aqui por vacaciones. No merece la pena, lo siento