lunes, 21 de marzo de 2016

Capítulo X

Sin prestar mucha atención al paisaje, lo contemplo. Es lo que siempre hago. Cuando monto en coche, desconecto con la música, no esa de las emisoras aleatorias a lo largo de los años, sino la música descargada en mi móvil. Eso, y los coches, los arboles, la carretera... Pero hoy es diferente, mi cabeza no para de dar vueltas y más vueltas, por muy alto que tenga el volumen.
Tengo la esperanza de que con el comienzo de las fiestas mañana, esto vaya a mejor o, al menos, que sea más fácil.
Desde que he abierto los ojos esta mañana, en mis pensamientos no han parado de aparecer Lu y Francis. Bueno, el hawaiano también, no sirve de nada engañarme.
Seguía, y sigo, sin noticias de Lu. Móvil apagado o fuera de cobertura, fijo comunicando —porque está desconectado—, y yo en el pueblo de mi abuela sin poder contactar con nadie por no tener internet. Al menos, me dio tiempo de hablar con Cris y ponerla al tanto de lo sucedido, sé que ella si podrá razonar con Lu.
Francis, otro que me tiene preocupado. No es que sea un mal chico para Lu, es más, es el chico que ella necesita. Sin embargo, Lu es mucha Lucía, y ni yo sé cómo va a reaccionar a que yo haya hablado con él y todo eso. ¡Maldito hawaiano! Todo esto es por mi culpa. ¿Por qué tengo que mantener a mis amigas pendientes de un tío que no voy a volver a ver nunca más? No para de ocasionarme problemas, y yo sigo ahí. Esto es peor que la historia con Nico... ¡y eso que no lo conozco! Seguramente si hubiera intercambiado con él algunas palabras esto sería todavía muchísimo peor, ¡estaría más obsesionada!
Lo que aún no logro entender es porque sigo pensando en él si solo lo he visto una vez. No hay más. No lo tuve lo suficientemente cerca para poder apreciar el color de sus ojos, el olor que desprendía, el tono de su voz, ¿sería de verdad hawaiano? No puedo imaginármelo con acento, bueno, no puedo imaginármelo de ninguna forma porque ¿cómo imaginas la voz de una persona a la que nunca has escuchado hablar? Incluso el color de su pelo es un recuerdo borroso...
Suspiro. Resulta irónico, la última vez que suspiré en un coche también fue por él.
Tengo que olvidarlo, ¿de qué me sirve recordarlo? No me conoce, no sabe nada de mí, ni siquiera de mi existencia. ¡Ah!, lo peor de todo no es eso, sino que tiene novia. Premio. ¿Quién será? Algún día aclararé este tema con Lu.
La abuela me esperaba en el salón, como siempre. Estaba viendo a Juan y medio. Fue sentir la puerta y ya la tengo encima dándome un abrazo. Recuerdo que cuando era más pequeña, me abrazaba muy fuerte al igual que cuando me besaba en la mejilla, hasta que un día se lo dije. Creo que se enfadó conmigo unos días.
Dejamos atrás el pasillo entrando al salón. Me dirijo a la primera puerta. Mis padres se quedan hablando con ella mientras yo paso a la habitación y coloco las cosas. Le mando un sms a Carmen y me avisa para quedar después de cenar.
Siguen charlando tan tranquilos en el salón. Mis padres están sentados en el sofá que pega a la pared y mi abuela en una silla. Me uno a ellos aunque me encierro en la lectura de Esta noche dime que me quieres tan pronto como me siento en el sillón que hay enfrente de mi abuela, al lado de la televisión.
Al final cenamos todos juntos, intento ayudar a mi madre o a mi abuela, pero no me dejan. Sigo leyendo hasta que tocan al timbre. Es extraño que la puerta esté cerrada, en este pueblo es casi una costumbre el mantenerlas abiertas. Seguramente haya sido papá al pasar. Voy yo decidida a abrir esperándome a alguna vecina que quiere cotillear quién es el dueño del coche.
Atravieso el pasillo y abro la puerta: la cortina está echada. ¿Quién puede haber al otro lado que no quiere apartarla y qué sea descubierto? La aparto yo, sabiendo que una vecina no va a ser.
Apoyado en el coche, observo una espalda ancha y musculosa, ya que los brazos quedan al descubierto bajo una camiseta de tirantes. El chico tiene el pelo rapado, y se ve perfectamente el pearcing que tiene en la oreja derecha mientras su rostro gira para poder verme. Unos ojos negros me observan, y una sonrisa aparece entre un inicio de barba. Toni.
—¡¿Qué haces aquí?!—grito a la vez que me abalanzo sobre él. Nos fundimos en un abrazo, pero no una cualquiera, un abrazo de los de verdad, de esos que son tan fuertes que te transmiten lo que las palabras no son capaces de expresar.
—El permiso por vacaciones. ¿Y tú qué haces aquí?—se ríe.
—¿Te lo ha dicho Carmen?—asiente—. Qué tonto eres. Anda, pasa. Íbamos a cenar.
Toni es el hermano mayor de Carmen. Tiene veintitantos años y lleva dos años en el ejército. No lo veo desde que se metió. Nuestra relación siempre ha sido de amor-odio. Siendo unos mocosos no nos tragábamos, siempre estábamos chinchando al otro y poniéndonos caras largas en las reuniones familiares hasta que llegó un momento donde comenzó a cuidar de mí en el instituto sin que yo lo supiera, el trato en las reuniones familiares cambió por su parte y no me seguía el rollo cuando iba a por él. Cosas de niños, supongo. Fuimos inseparables hasta que entró en el ejército.
Durante la cena nos contó cosas sobre el ejército, su proceso de formación. También nos habló de sus compañeros, y su superior.
Toni se levantó para irse y mis padres, detrás.
—Nos veremos por las fiestas, peque—. Fue su despedida.
Y ahora yo estoy esperando a su hermana en la farola que hay a la entrada del pueblo. Es uno de los puntos de encuentro que tiene el pueblo, el segundo es el parque.
—Vamos a llegar tarde—me digo a mi misma.
Esta tarde es el pasacalle de los viernes, y a pesar de que el pueblo se recorre en diez minutos de punta a punta, vamos a llegar tarde por culpa de Carmen, ¿pero qué estará haciendo esta mujer?
Hoy hace calor, y eso que voy con unos shorts vaqueros y una camiseta ancha y blanca. Me gusta mucho porque forma la palabra "love" con huesos, y a su vez, los huesos son otras palabras. Confirmo de nuevo la hora en el móvil: las seis y dos de la tarde. El pasacalle empezaba a las seis. La luz se apaga y mi reflejo queda atrapado en él. Hoy estoy guapa. La raya de los ojos me ha salido perfecta, con su rabillo y todo.
Carmen baja la cuesta.
—¡Vamos!—le grito.
Yo ya estoy en camino esperando que ella me siga el paso. En unos segundos me ha alcanzado el ritmo. Vamos al parque.
El pasacalle ha acabado hace una hora, más o menos, y Carmen y yo seguíamos solas.
—¿Hoy no sale nadie?
—Sí, es que estoy esperando a que llegue mi prima, y los extranjeros llegan esta noche.
—¿Los extranjeros?—inquiero.
—Los que vienen siempre de afuera. Se han puesto de acuerdo para ir a la playa hoy. Esta noche a las doce nos vemos en las escaleras, que ya estarán todos,y hacemos el botellón.
—Vale.
Volviendo a casa de la abuela, contemplo el pueblo. Es uno de mis sitios preferidos para disfrutar de unas vacaciones un tanto relajadas, y es que es un pueblo tan pequeño, que sus habitantes viven fuera. No todos, pero es lo que pasa cuando un pueblo no te ofrece un futuro. Por eso en verano se llenaba de extranjeros, como Carmen dice, y es que todos vuelven a casa en verano y en navidad. Dos épocas del año donde todo el mundo eran unos desconocidos, hasta los propios habitantes.
Cuando llego al sitio de encuentro, las escaleras a la entrada del pueblo, Camen ya estaba allí con su prima, varios chicos del pueblo, y gente nueva. Había un total de 14 personas.
—Hola— saludo.
—Hola, prima— Me saluda. Se levanta y comienza a señalar con la mano:
»Ya conoces a mi prima Marta. Estas son Paula —era una chica más pequeña que ella, morena, con el pelo un poco más corto—, esta es Vero —una chica de Latinoamérica, morena, con pelo largo. Su piel fácilmente podía pasar por un moreno quemado, sin llamar la atención, pero esos rasgos faciales la delataban fácilmente—. Este es Adrián—. El chico que respondía a ese nombre se gira, estaba hablando con dos chicos del pueblo. Me mira fijamente:
—Hola, ¿qué tal? —y me da dos besos. Con el pelo negro y de punta. Piel clara, sin bronceado alguno. Tenía unos ojos oscuros… ¿negros, marrones? No soy capaz de distinguirlo con la luz de una farola a unos metros de nosotros.
—Bien, Layla—digo presentándome ante todos.
Es muy guapo, delgado, poco musculoso pero esbelto.
Carmen me presenta a dos niñas y un chico más. Apenas me miraron, seguían absortos en sus conversaciones.
Todos están pendientes de un nuevo lío en el pueblo, pero es algo complicado seguirles la conversación cuando las personas implicadas son extranjeras y se marcharon la semana pasada. Si en vez de nombres me enseñaran las fotos, quizá sería capaz de reconocerlos.
Vero y Paula, si no me falla la memoria, no participan en esta conversación. Pueden ser mi salvación. Me pego a ellas disimuladamente, deseando con todas mis fuerzas reconocer algo de lo que hablan para poder unirme.
Estaban pendientes del móvil. Qué envidia de smartphones. Creo que están viendo imágenes sobre libros.
—Perdonad, ¿eso son libros? —mentalmente estoy cruzando los dedos.
—Sí, estamos mirando la página web de Blue Jeans, creemos que en este mes habrá un sorteo— contesta Paula. Tiene gracia que se llame como la protagonista de su primer libro Canciones para Paula.
—¿Os gusta Blue Jeans? ¡A mí también!— ¿He parecido muy desesperada?
—Sí, yo estoy esperando a que me compren la tercera parte de Canciones para Paula— comenta Vero.
—Yo ya me la he leído. La saga entera, digo.
—Leer es mi vida—concluyo.
—Para mí, lo es la música rock. ¡Es la mejor! …se apresura a contestar Vero. No puedo evitar poner una mueca—. ¿Qué pasa?
—Odio la música rock... No me va para nada eso de los gritos y eso...
—Para gusto, los colores—. Es lo único que añadió.
Momento de silencio incómodo. Vamos bien, Layla, muy bien.
—A mí me gusta mucho los caballos, mira—. Paula intentado salvar la noche.
Nos enseña dibujos de caballos hechos a lápiz que tiene fotografiados en su móvil. Parecen bastante reales, con las sombras. Hay uno que ha captado mi atención: al caballo le salen unas hermosas alas del lomo, parecen estar hechas de algodón o plumas muy suaves.
—¿Son tuyos?
—Sí, ¿te gustan?
—Guau... ¡Son fantásticos!
—No lo sé, hay algo que no termina de gustarme. Falta algo.
—Te lo digo en serio, incluso parecen de verdad.
—¿De qué habláis, chicas? —El dueño de esa voz coloca su mano sobre mi hombro. Estoy convencida al 99.9% de que es Adrián. Me giro, nerviosa, para comprobar si es él Una parte de mí lo desea. Unos ojos oscuros están mirándome fijamente. Marrones, rozando el color negro.
Lo miro y me sonríe. Qué sonrisa tan bonita tiene.
­—Aficiones, Adrián—. Contesta Paula.
—Lo mejor es el rap—. A la vez que está pronunciando esas palabras, se agacha hasta estar a nuestra altura, puedo notar su respiración.
Demasiado simpático, ¿no? Puedo darse la opción de que fuera amigo de alguna de ellas. Poco probable. Vero apenas habló cuando él apareció, y Paula... Bueno, es una chica muy dulce, habla con todo el mundo.
¿Se habría acercado por mí? Es un hecho que ha sido el único chico que me ha dirigido algunas palabras. No necesito más problemas con chicos, lo mejor es creer que es un chico sociable.
No puedo apartar de mis pensamientos a Adrián. Necesito música para desconectar y conciliar el sueño. Mi lista sobre bandas sonoras podría ser la solución.

Cuando Morfeo vino a mí, había perdido la noción del tiempo.

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