Suspiré.
Apenas acababa de arrancar el coche y ya me sentía nostálgica. No
quería irme. Hasta el último instante mantuve la esperanza e ilusión de volver
a verlo, pero nada. El destino y la suerte no estaban de mi parte, quizás les
había hecho algo inconscientemente y esta era su forma de pagármelo.
Hacía un mes –vale, 28 días–, desde que lo vi por primera y última vez. Tengo
que reconocerlo, incluso ahora que estamos dejando atrás el pueblo, estoy
poniendo mi máxima atención a todas y cada una de las casas que estamos dejando
atrás, esperando como una tonta observar cómo sale de alguna casa. Lo sé,
parezco idiota pero la esperanza es lo último que se pierde. Mi único recurso
se llama Lucía. Espero que pueda conseguir información de él.
Lucía es una de esas personas que se cuentan con los dedos de una mano
y te sobran. Exacto, es una de mis mejores amigas, mi confidente. A lo mejor os
estáis pensando por qué exclusivamente ella y no otra de mis amigas, o no, pero
os lo voy a decir igualmente. Mi abuela –que en paz descanse–, nos dejó su piso en la playa de herencia, así que
todos los veranos pasamos allí un mes, mes que concluye hoy y vuelvo a mi
pueblo que lo más parecido que tiene a una playa es un río con agua un poco
fangosa y tortugas. Pues bien, conozco a Lucía desde que tengo cinco años y
venía a pasar los veranos con mi abuela, desde entonces nos hemos hecho
inseparables. Prácticamente sigo viniendo aquí con mis padres en los veranos
por ella –vale, también para ponerme morena, pero eso es secundario–.
Tengo una pequeña intuición de que ella obtendrá noticias de él. Lu –como yo la llamo–, va a ser mi amuleto de la suerte para reencontrarlo. No me preguntéis por qué lo presiento
porque no lo sé, pero la única vez que lo he visto estaba con ella, y creo que
eso es buena señal. Si no me creéis, tiempo al tiempo.
Por cierto, me llamo Layla, nombre de origen egipcio –está bien, soy de ese 0,0001% de personas que buscan
el origen de su nombre en Google–. En septiembre comienzo 2° de Bachillero de
Ciencias de la Salud, quiero ser criminóloga o bióloga.
Ahora mismo, acabamos de dejar el pueblo atrás y los edificios son
sustituidos por invernaderos de diferentes tonalidades, que van desde el
blanco, pasando por el gris, hasta el amarillo o marrón. De fondo está la
magnífica vista de un precioso mar azulado con sus aguas tranquilas que no
termina en el horizonte ya que los azules del mar y cielo se pierden en un
punto que el ojo humano no es capaz de ver y nos hace incapaces de saber dónde
empieza uno y termina el otro. Tan solo el sol, si tienes la posibilidad de
hallarte en el amanecer o el crepúsculo, puede orientarte un poco pues será
cuando se encuentre sobre la línea del horizonte .Por desgracia, son las diez
de la mañana, así que no podré llevarme ese recuerdo o al menos, este verano.
Ahora sí que es verdad que es imposible que pueda volver a verlo. Sin
querer queriendo dejo que mi cabeza caiga sobre el cristal del coche y vuelvo a
suspirar. Mi cabeza comienza a vibrar provocando que esa vibración se prolongue
por el resto de mi cuerpo. Cierro los ojos. Ahora estoy en un momento donde
quiero desconectar de todo y dejarme llevar pero no puedo. El constante
golpeteo de mi cabeza contra el cristal causado por la marcha del coche es insufriblemente
molesto. Separo mi cabeza del cristal y la echó hacia atrás. Me quedan dos
horas de coche y ya me estoy agobiando. Tengo que relajarme.
Busco mi MP4 entre el pequeño bolso que llevo y coloco los
auriculares en mis orejas. Puedo escuchar la canción Quiero de Anahí que está a medio terminar. Intento ponerme lo más
cómoda que puedo y vuelvo a cerrar los ojos. Aún estoy pegajosa de la calina
del mar aunque después de un mes en la costa para mi piel no es ninguna novedad
y ya está adaptada. La canción que le sigue es Mi vida eres tú de Young
Killer ft. Dragón.
Dejo invadirme por los recuerdos.
Estaba
con Lucía en los bancos de la plaza que poseía la
urbanización,
en medio de todos aquellos piso que las rodeaban, donde los más pequeños
jugaban en aquel parque, seguros y libres de cualquier peligro. Había una
pareja de ancianos paseando. Layla al verlos se quedó pensando, a ella le
gustaría mucho encontrar a alguien con quien poder pasar toda la vida. Mirar a
esa pareja le hizo imaginarse toda una vida llena de momentos felices, pasionales,
de tristeza... pero lo más importarte: en cada recuerdo estaba presente el
otro. Detrás
de ellos apareció
él, un
chico guapísimo.
Layla
dejó de escuchar a su amiga, que tenía un gran dilema sobre que bikini debía ponerse
para la fiesta, para observar a aquel chico: alto, tenía un moreno muy bonito
debido a
las horas expuestas al sol, con el pelo corto y moreno, aunque con algún que
otro reflejo rubio, y unos ojos claros... Llevaba un bañador hawaiano azul
claro y flores blancas. Fue un momento de película americana en la cual el
chico guapo tiene una aparición triunfal en la escena, pero la realidad era que
solo estaba caminando escuchando música a través de los auriculares.
Lucía,
ante la falta de atención de su amiga, miró en la misma dirección que ella, y
ambas siguieron con la mirada a aquel chico nuevo y guapo...
Me iba a ser muy difícil conseguir olvidarlo y es que, sinceramente,
desde que lo dejé con Nico, es el primer chico que me gusta.
Recuerdo lo ilusionada que estaba en la fiesta de Pablo, impaciente
por si ese chico aparecía...
Lucía
había optado por su bikini rosa con relleno, ya que era el que mejor pecho le
hacía, y le encantaba llamar la atención de los tíos. Con un vestido corto y
muy trasparente. Tentativa, explosiva.
Llevaba
ya diez minutos esperando a Layla. Volvió a darle otro toque, ya iban tres.
–Ya
voy, ya voy... –escuchaba Lucía en el portal. Se apoyó en la
barandilla de las escaleras.
–
¡Siempre la última! –Se quejaba Lucía–. ¡Cuándo lleguemos la zorra de
Sara le habrá echado el lazo a Jose!
Lucía
se quedó sin palabras al ver a su amiga. No poseía un cuerpo perfecto,
pero era capaz de conseguir a quien se propusiera sin muchos esfuerzos. Con su
85 de pecho y su rellenito trasero, era de las más deseadas de la playa. Pero
no se podía engañar, sabía sacar partido a su cuerpo, y más a su belleza: tenía
una mirada muy expresiva y unos labios carnosos que más de uno desearía poder
besar. No era fea y tampoco tenía el cuerpo diez que todas las adolescentes
deseaban, pero se sabía defender y muy bien.
–Cierra la boquita, que te van a entrar moscas –rio Layla.
–
¿Estás más delgada? –preguntó mientras observaba su conjunto. Llevaba unos shorts
de playa blancos con los bordes morados y
el torso descubierto, solo llevaba la parte del bikini de arriba, azul de
palabra de honor, y dejaba mucho que desear.
–Bueno,
me he quedado en una 38 y barriga no tengo. ¿Te pongo o qué? –Le guiñó.
–Más quisieras tú... ¿Vas
a por el chico nuevo del bañador hawaiano? ¡Le has echado el ojo!
–No
está mal... –Está
tremendo, no puedo dejar de pensar en él, le hubiera gustado
decir pero no quería parecer desesperada–.
Pero es un chico raro, tiene algo misterioso. Me encanta.
–
¡Qué puta eres!–rieron.
Ambas
se dirigieron hacia la mansión de Pablo, su "amigo"
que, gracias a los contactos de sus padres, era dueño de un trozo de playa.
Pero
el chico no apareció en toda la noche. Quizá Pablo no lo invitó, o si era nuevo
no conocía a nadie, y por eso no quiso asistir.
Al paso que voy, voy a estar todo el viaje rememorando todos y cada
uno de los pensamientos que he tenido sobre él y creo que me faltaría trayecto
para recordarlos todos. Lo mejor será que duerma algo o deje que la música
traspase mi cerebro y mente para evadirme de todo y dejar la mente en blanco.
Rio en mi pensamiento. Es algo tonto pero me acabo de acordar de mi profe de la
ESO de plástica, decía que dejar la mente en blanco era un imposible porque
pensabas en una pared en blanco. Lo cierto es que yo sí soy capaz. Quién sabe...
seré un bicho raro.
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